UN NIVEL MAS ELEVADO

 

 

Un viejo doctor en medicina general me consultó sobre la fuerte depresión que padecía. No podía sobreponerse a la pérdida de su esposa, que había muerto hacía dos años y a quien él había amado por encima de todas las cosas ¿De qué forma podía ayudarle? ¿Qué decirle?.

Pues bien, me abstuve de decirle nada y en vez de ello le espeté la siguiente pregunta:

-¿Qué hubiera sucedido, doctor, si usted hubiera muerto primero y su esposa le hubiera sobrevivido?.

-¡Oh!, -dijo, ¡para ella hubiera sido terrible, habría sufrido muchísimo!.

A lo que le repliqué:

-Lo ve, doctor, usted le ha ahorrado a ella todo ese sufrimiento; pero ahora tiene que pagar por ello sobreviviendo y llorando su muerte.

El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio.

Dr. Viktor Frankl

 

Aunque muchos se nieguen a aceptarlo, la muerte es un acontecimiento natural. Tarde o temprano, todos morimos, y sin embargo la mayoría de nosotros preferimos no pensar en ello. Esta actitud evasiva se refleja en el lenguaje: hablamos de «pasar a mejor vida», de «descansar en paz» o de «encontrarse con el Creador», no de «morir».

Aunque podamos racionalizar la idea de la muerte, son pocos quienes aceptan la muerte de todo corazón como una fase inevitable de la vida. La mayoría sólo nos percatamos de la necesidad de esta aceptación cuando súbita e inesperadamente un ser querido o alguien muy próximo muere. Entonces nos enfrentamos a un fuerte desafío.

Guardo un vivo recuerdo del día en que mi tío me llamó por teléfono desde Irán para darme la noticia de la muerte de mi abuela. Entonces yo vivía en Italia y no pude asistir al funeral. Compungido y deprimido, la lloré varios días.

Me imaginaba a la abuela y entonces me estremecía de nuevo al constatar que nunca volvería a verla. También me sentía culpable por no haber respondido adecuadamente al amor y los sacrificios que dedicó a mi familia.

Por suerte, contaba con un grupo de amigos y parientes. Ellos fueron mi equipo de apoyo. Siempre dispuestos a escucharme y ofrecerme el hombro, me ayudaron en mi aflicción, por más que la mayor parte del tiempo se limitaran a prestarme atención.

Otra muerte que me afectó sobremanera fue la de mi padre. Murió tras siete años de sufrimientos a consecuencia de un accidente de automóvil. A pesar de que a lo largo de los dos últimos años su salud se había deteriorado drásticamente, la noticia me conmocionó. Pocos meses antes de morir sufrió un infarto.

Los médicos nos dijeron que su cuerpo era tan frágil que efectuar un masaje cardíaco en caso de emergencia le habría roto las costillas, causándole más daño. Aconsejaron a la familia que autorizara por escrito a no resucitar a mi padre en caso de emergencia, permitiéndole morir. La familia lo discutió y aceptó el consejo de los médicos.

Cuando él estaba enfermo, jamás pensé que su muerte dejaría un vacío tan grande en mi vida. Creía que estaría acostumbrado a su ausencia, pues pasó en cama el último año de su vida sin poder articular palabra. Lo único que podía hacer era mostrar que percibía mi presencia con una sonrisa o gesto de asentimiento.

No me daba cuenta de lo mucho que lo echaría de menos. Hasta después de su muerte no me percaté de la poderosa presencia que suponía en mi vida. Aunque su cuerpo y su mente agonizaran, su espíritu me había afectado vivamente durante mis visitas. ¿Cómo explicar, si no, esa sensación de vacío que siguió a su desaparición?

Durante las primeras semanas después de la muerte de mi padre, soñaba con él todas las noches. Algunos de esos sueños eran plácidos y otros pesadillas perturbadoras. Gradualmente, a lo largo de un período de tres a cuatro meses, los sueños se fueron haciendo menos frecuentes. Parece como si el subconsciente hubiera necesitado ese lapso de tiempo para resolver sus asuntos pendientes.

La vida es un viaje interminable de crecimiento y desarrollo, y la muerte no significa forzosamente el final de la vida. Esta creencia me ayudó a aceptar la muerte de mi padre. Me ayudó a recordar que ahora estaría más cerca de mí que cuando estaba postrado en la cama.

Ahora su espíritu se vería libre de las limitaciones de un cuerpo y una mente debilitados. No dejó de ser mi padre al morir: sigue siendo mi padre y sigo siendo su hijo. Nuestra relación filial ha proseguido en un nivel más elevado.

Los sentimientos que acompañan a la aflicción -conmoción, negación, cólera, culpa, depresión- son naturales e inevitables, pero son nuestras respuestas ante semejante experiencia las que marcan la diferencia y pueden transformar el significado del acontecimiento más trágico.

Estamos a cargo de nuestras emociones y comportamiento. Quizá no seamos capaces de evitar la muerte de un ser amado, pero podemos elegir la forma de responder ante ella. Podemos responder con actitud destructiva, llorando sin cesar, negándonos a comer o a ocuparnos de nuestra salud, mostrándonos agresivos con los demás o con nosotros mismos, o abusando de las drogas y el alcohol. O bien podemos responder de formas más creativas y espirituales.

Si tenemos creencias religiosas, podemos recuperar el equilibrio mediante la fe en el Creador y la vida del alma después de la muerte. Podemos rezar, hablar y manifestar nuestras emociones creativamente, aceptar la muerte como un «mensaje de alegría» y contemplar nuestra aflicción como una prueba de crecimiento espiritual.

Dr. Arthur Rowshan

 

Me pregunto por qué ella tuvo que sufrir tanto en aquel avanzado estado de melanoma. Sabía que el sufrimiento era una de las alforjas de aquel viaje y que siempre conducía a una mayor satisfacción. Sin embargo, seguía preguntándome ¿por qué? ¿por qué le ha ocurrido a esta hermosa mujer a la que tanto amor profeso? Al adentrarse en los últimos momentos de su vida, comprendí que la tranquilidad había hecho mella en mi madrastra, de que sus ojos mostraban una mirada serena y satisfecha a un tiempo y de que daba la impresión de penetrar en un nuevo reino colmado de dicha, al desprenderse de su cuerpo. Ya no padecía sufrimiento alguno, pues el dolor sólo se experimenta en la forma. Ella era libre.

Ram Dass

 

Todos somos seres humanos con capacidad de decisión, y decidimos en mayor o menor grado hacer todo lo que hacemos. Cada pensamiento, cada sentimiento, cada deseo, cada expectativa y cada expresión es fruto de una decisión que en su mayor parte se toma de forma subconsciente.

Erik Blumenthal

 

Cuando sufrimos el duelo producido por una muerte, separación o pérdida de cualquier índole, es como si nos metiéramos en un espacio totalmente oscuro, nos aterramos y entramos en un laberinto emocional, en el cual nuestro niño interno queda en la más completa desolación. En nuestra cultura poco se nos explicó de la muerte. A todos, sin excepción nos toca pasar por alguno de estos trances que involucra pérdida, separación o muerte y que maravilloso sería tener en esos momentos una buena linterna para librarnos de tanta oscuridad, o simplemente prestar esa luz a alguien que en nuestro entorno la necesite.

Cuando se va alguien de la vida, sentimos la muerte en cada entraña, en cada célula, y el panorama que vemos sólo revela sombras. Aprender a caminar en medio de éstas, limpiar nuestros archivos emocionales, perdonar nuestra rabia porque se fue; será lo único que nos permita no encerrar nuestro corazón en una jaula o ponernos una larga armadura que nos proteja o inhiba de vivir alguna experiencia emocional nueva.

Vamos a vivir la emoción, honrar la experiencia para convertirla en vivencia, limpiar dentro de ti las culpas o reproches y darle a la persona o suceso el lugar que le corresponde en tu mundo emocional, de modo tal que no impida tu felicidad.

Carlos Fraga

 

Cuando tenía seis años, yo tenía neumonía y compartía mi habitación en el hospital con otra niña. Nadie entraba a vernos ni a hablar con nosotras de nada. Hablábamos un poco una con otra, pero la mayor parte de nuestra conversación era no verbal.

Una noche, antes de irnos a dormir, no intercambiamos ninguna palabra. Pero yo sentí que se estaba produciendo una comunicación entre nuestras mentes. Al recordarlo, veo que fue una comunicación telepática. Ella me decía que iba a morir esa noche. Cuando me desperté al día siguiente, su cama estaba vacía. Se había ido. Más tarde me enteré de que efectivamente había muerto. Sentí su presencia conmigo, y ese día supe con certeza que somos algo más que cuerpos.

Elisabeth Kübler-Ross

 

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