SUPE QUE ME HABÍA CONVERTIDO EN OTRO HOMBRE

 

 

 

 

 

Nací en 1940, y me convertí en el benjamín de una familia que ya contaba con dos hijos menores de cuatro años. Mi padre, a quien nunca conocí, nos abandonó cuando yo tenía dos años. Era un hombre problemático, holgazán y bebedor empedernido, que abusó de mi madre, tuvo sus más y sus menos con la ley y pasó algún tiempo en la cárcel.

 

Mi madre vendía caramelos en una tienda de mala muerte y los diecisiete dólares que percibía sólo le servían para cubrir los gastos del tranvía y del sueldo de quien nos cuidaba cuando ella se ausentaba. No recibíamos ninguna ayuda de la beneficencia.

 

Todo lo que llegué a saber de mi padre me lo contaron mis dos hermanos. Me imaginaba a una persona violenta y despiadada, a la que ninguno de nosotros le importaba lo más mínimo. Cuanto más sabía del él, más le aborrecía y cuanto más le aborrecía, más me enfurecía.

 

Finalmente mi cólera se convirtió en curiosidad y empecé a soñar con la posibilidad de conocerle y enfrentarme con él cara a cara. El odio y el deseo de conocer a ese hombre para obtener sus respuestas me obsesionaban.

 

Tenía pesadillas y las mismas persistieron; a menudo me despertaba sudando y llorando por culpa de algún sueño sobre mi padre que había resultado demasiado intenso.

 

A medida que me iba convirtiendo en adulto, mi deseo de conocer a ese hombre se volvió más impetuoso. Me obsesioné con la idea de dar con él pero mi búsqueda acababa en

frustración.

 

Mis sueños sobre mi padre cobraron fuerza. A veces me despertaba sobresaltado, furioso porque había soñado que daba una paliza a mi padre mientras él me sonreía.

 

En 1974, me enteré que mi padre había muerto de cirrosis hepática y otras complicaciones hacía diez años y que su cadáver había sido trasladado a Biloxi en el estado de Missisipi. Fue entonces cuando me di cuenta de que todo había acabado. Decidí que haría todo lo necesario para poner punto final a ese capítulo de mi vida.

 

Todavía tenía esperanzas de encontrar alguna respuesta a este asunto sin resolver. Pretendía hablar con sus amigos en Biloxi para descubrir si él nos había nombrado alguna vez. ¿Habría intentado averiguar en secreto cómo les iba la vida a su ex esposa y a sus hijos? ¿Le importaba algo? ¿Habría tenido una capacidad de amar que tal vez había ocultado?

 

Lo que más me interesaba era saber cómo se las había arreglado para dar la espalda a su familia durante toda una vida. Buscaba constantemente una muestra de afecto que pudiera haber dejado, y sin embargo, mi odio con respecto a su comportamiento de aquellos años seguían obsesionándome. A mis treinta y cuatro años, me sentía controlado por un hombre que había muerto hacía una década.

 

Averigüé donde estaba enterrado mi padre y cuando finalmente me encontré delante de su lápida leyendo Melvin Lyle Dyer, me quedé paralizado. Estuve dos horas y media conversando con mi padre por primera vez. Grité sin pensar en si había alguien a mi alrededor. Y hablé en voz alta, exigiendo respuestas a una tumba.

 

A medida que el tiempo transcurría, empecé a experimentar una profunda sensación de alivio y me tranquilicé. La calma reinante era tan sobrecogedora que llegué a pensar que mi padre estaba a mi lado. No le hablaba a una lápida. De alguna manera me hallaba en presencia de algo que no podía, ni puedo explicar. Reanudando aquel monólogo, dije:

 

«Siento como si de algún modo me hubieran traído aquí hoy, e intuyo que usted ha tenido relación con ello. Desconozco su papel, si es que lo tiene, pero estoy convencido de que ha llegado el momento dejar a un lado la rabia y el odio que tanto me han hecho sufrir durante estos años. Quiero que sepa que a partir de este momento, todo ello se ha desvanecido. Le perdono. No sé qué le impulsó a llevar su vida como lo hizo. Estoy seguro de que habrá pasado por momentos de desesperación, sabiendo que tenía tres hijos a los que nunca volvería a ver. Sea lo que fuere que ocurría en su interior, quiero que sepa que ya no le odiaré. Cuando piense en usted, lo haré con amor y compasión. Me estoy desprendiendo de todo ese desorden que existe en mí. En el fondo, sé que sólo hizo lo que podía hacer según las circunstancias de la vida en ese momento. A pesar de que no recuerdo haberle visto nunca y de que mi deseo más ferviente era conocerle en persona y escuchar sus propias palabras, no permitiré que esos pensamientos me impidan sentir el amor que ahora tengo por usted».

 

Aquél día delante de la solitaria lápida, pronuncié palabras que nunca he olvidado, porque marcaron mi forma de vivir a partir de entonces:

 

-Le envío mi amor. Le envío mi amor. De todo corazón le envío todo mi amor.

 

En un momento de pureza y honestidad experimenté el sentimiento de perdón por el hombre que había sido mi padre y por el niño que yo había sido y que tanto había deseado conocerlo y amarlo. Me invadió una sensación de paz y purificación totalmente nueva para mí.

 

Aunque en ese instante no era consciente de lo que me estaba sucediendo, aquel sencillo acto de perdón iba a significar el comienzo de una nueva dimensión en mi vida. Estaba en el umbral de una etapa de mi vida en la que iba a verme rodeado de unos mundos que nunca hubiera imaginado en aquellos días.

 

Hoy estoy convencido de que mi experiencia del perdón, aunque fue emocionalmente agotadora, supuso el inicio de mi transformación. Significó mi primer encuentro con el poder de mi propia mente para traspasar lo que yo consideraba previamente como las barreras del mundo físico y de mi cuerpo físico.

 

Creé una vida llena de emociones, de abundancia en todo el sentido de la palabra y de amor sobre lo que antes desconocía.

 

Ese acto fue el catalizador que me lanzó hacia una nueva vida plena de abundancia y amor. Creo que fue el acto más libre y hermoso que he realizado. Una vez me desprendí del odio y la rabia que había almacenado a lo largo de tantos años, me encontré con un espacio interior que me permitió ser totalmente receptivo ante una nueva forma de vivir y percibir el mundo.

 

Esa nueva visión carente de juicios y de odios, constituyó el detonante de mi vida.

 

Cuando estuve delante de la tumba de mi padre, no era consciente de los cambios y desafíos que me aguardaban, pero sí sabía que estaba participando en un drama muy intenso.

 

Cuando le hablaba a mi padre, con lágrimas en mis ojos, noté que algo estaba cambiando para mí, y cuando me marché supe que me había convertido en otro hombre.

 

Dr. Wayne Dyer

 

 

No debe perder tiempo en discusiones personales el hombre que está resuelto a ser lo más que pueda. Y menos todavía debe exponerse a las consecuencias, incluso la ruina de su carácter y la pérdida de su serenidad. Ceded en las cosas grandes sobre las cuales no podéis exhibir más que derechos iguales; y ceded en las más pequeñas aunque os sean claramente propias. Mejor es dar paso a un perro, que ser mordido por él al disputarle ese derecho. Ni aun matando al perro se curaría de la mordedura.

 

Abraham Lincoln

 

  

Lo nuestro debe consistir en amar a nuestros semejantes conociendo su propia naturaleza, al igual que nosotros somos amados cuando la nuestra también es conocida, a pesar de lo que las apariencias temporales puedan representar.

 

Joel Goldsmith

 

 

El que busca la venganza deberá cavar dos tumbas.

 

Proverbio chino

 

 

No calientes del odio tanto el horno que te quemes tú mismo.

 

William Shakespeare

 

 

Nadie puede humillarme o turbarme. No se lo permitiría.

 

Bernard Baruch

 

 

Palos y piedras romperán mis huesos, pero no han de dañarme las palabras.

 

Jaime Lopera Gutiérrez

 

 

No tengo tiempo para disputar ni para lamentarme y no hay hombre que me pueda obligar a agacharme lo suficiente para que lo odie.

 

Laurence Jones

 

 

Saberlo todo es comprenderlo todo y esto no deja sitio para juzgar y condenar.

 

Clarence Darrow

 

 

El perdón es el milagro de la vida, la energía del auténtico amor. Aplicar el perdón a todo, inclusive a lo que no creas que lo necesite, te liberará de tus propios miedos, los conscientes y los inconscientes, creando o dejando salir la verdad en ti. El perdón es la herramienta más efectiva para iniciar el camino de regreso a nuestro ser y a su potencial ilimitado.

 

Carlos Fraga

 

 

El odio nunca es vencido por el odio sino por el amor.

 

Buda