PABLO NERUDA: LOS PIES EN LA TIERRA

Pablo Neruda

 

Escribir para mí es como respirar. No podría vivir sin respirar y no podría vivir sin escribir.

Tengo ese sentimiento de «pobre de nacimiento» en los grandes restaurantes, en las grandes recepciones, en palacios o embajadas, o en grandes hoteles. Me parece que, de repente, van a notar que estoy de más allí y me van a decir:

-¡Usted qué está haciendo aquí, por qué no se va!

Siempre he tenido ese sentimiento -que no era desagradable- de no pertenecer a tal cosa, a tal grupo. Y en realidad es así, no pertenezco.

Con respecto a la timidez general hacia los hombres en la amistad, o hacia las mujeres en el amor, siempre la tuve. Es un sentimiento hermoso por dos cosas: para sentirlo y para vencerlo. En la amistad, muchos de mis mejores amigos me resultaron, en un principio, impenetrables, los sentí orgullosos; resultaba que ellos eran gente tímida como lo era yo, y no había aproximación. En el amor también; hubo muchas mujeres que me parecían absolutamente frías e inalcanzables, que me despreciaban de arriba abajo. Resultó hermoso hacer esa lucha contra mí mismo y contra ellas, y poder vencerlas o ser vencido.

La tiranía corta la cabeza que canta, pero la voz en el fondo del pozo vuelve a los manantiales secretos de la tierra y desde la oscuridad sube por la boca del pueblo.

Para pintar el cielo hay que tener los pies en la tierra.

Pablo Neruda (1904-1973)

 

Pablo Neruda

Ahora veíamos de manera clara cómo la contradicción entre el mundo objetivo y el subjetivo produjeron en Neruda la angustia que se refleja muy particularmente en el periodo crítico de su poesía. El mundo objetivo había entrado entonces en su poesía y salido de ella transformado; más precisamente deformado. Su mundo era también el nuestro, el del grupo de amigos, un mundo difícil de entender y aceptar. Para todos nosotros, muy jóvenes en aquel tiempo, el origen y causa del aquel mundo se hallaba en el amor; por eso lo buscábamos con ansiedad. Era, para nosotros, la razón de ser. Y huyendo del mundo objetivo, Pablo entró muchas veces en el amor, para descubrir de pronto, con desconcierto, que allí estaba precisamente el mundo del cual venía huyendo.

Diego Muñoz

 

Y tomándome del brazo me llevó, sacándome de entre los otros invitados, a una habitación más apartada, en la que entramos, afianzándonos bien por dentro. Allí, después de servirme un buen vaso de vino y prepararse él un largo whisky, me dijo:

-Te voy a leer algo que creo es muy importante y que todavía nadie conoce.

Y con su lenta voz balanceada y dormida, me leyó entero «Alturas de Machu Picchu», aquel ancho poema esencial americano, que se trajo a la tierra cuando descendió de aquella inmensa y misteriosa ciudad de los incas, alzada en piedra entre las nubes. Cuando terminamos la larga y secreta lectura, volvimos a la fiesta. Los invitados habían aumentado visiblemente. Los famosos y alegres vinos del país llenaban sin parar las copas, aumentando el rumor de la cadencia pálida y deshuesada de la lengua chilena, tan adhesiva y amorosa. Fue la primera y última vez que vi a Pablo en su bellísima y desgarrada tierra.

Rafael Alberti

 

De pronto Pablo o Federico decían: «Vamos a inaugurar monumentos», los que ya estaban inaugurados, naturalmente. Federico hacía el papel de Alcalde, Neruda Presidente de la Diputación, Acario Cotapos era la madre del prócer en cuestión, sin poder evitar el llanto y los desmayos propios de las circunstancias, los demás éramos concejales, funcionarios y parientes del homenajeado. Así andábamos por las calles de Madrid, mientras la gente que nos veía pasar, aseguraba que éramos un grupo de chiflados.

José Caballero

 

Una tarde de 1973, haciendo la pausa extensa, vigilia renovada, que seguía a sus siestas sonoras, Neruda le dice al doctor Francisco Velasco, quien conoce muy bien su condición:

-¿Y tú crees que se acaba todo con la muerte?

El doctor, observando la mirada de perfil del vate, mezcla de superior sabiduría y burla, y presintiendo la confidencia, responde que sí. Todo se acaba.

-Yo -dice Neruda- creo, por supuesto, en la reencarnación.

La pregunta que sigue es como dictada por él:

-¿Y en qué te vas a reencarnar tú?

-En pájaro, naturalmente -contesta Neruda.

-¿Y en qué clase de pájaro?

-En águila.

El doctor acepta la respuesta como una metáfora.

En Marzo 1974, enterrado ya Neruda en el Cementerio General de Santiago, el doctor Velasco regresaba de su jornada diaria en el Hospital de Valparaíso a «La Sebastiana», la casa que compartió durante años con los Neruda. Acercándose, advirtió una aglomeración de vecinos en la puerta de la calle. A sus preguntas respondieron que un pájaro se había metido en la parte de la casa donde estaba el escritorio del poeta y que, a pesar de los esfuerzos del cuidador, resultaba imposible hacerlo salir.

El doctor subió armado de una escoba, entró a la pieza y se enfrentó con el extraño visitante. Era un aguilucho, pájaro de las montañas chilenas, hosco, casi fiero, que de espaldas contra la pared aleteaba frenéticamente defendiéndose con todas sus fuerzas de sus atacantes. El aguilucho volaba desatentado dándose golpes contra la ventana y el techo, estirando las garras, perdiendo terreno. Crispado, pálido, el doctor consiguió abrir los postigos y, empujándolo con el palo, puso al aguilucho en libertad.

Fernando Alegría

 

A finales de los sesenta, vivía con mi hijo en una barcaza del Támesis, cuando Pablo llegó a Londres. La barcaza se transformó en su cuartel general jugando a capitán de barco, o navegante de boca, según decía. Dio conferencias de prensa y celebró su cumpleaños con una fiesta en el curso de la cual debíamos pescar un poeta ucraniano de las aguas del río. Ante de partir, me grabó una cinta con una serie de poemas, una especie de muestrario para traductor. La he oído tantas veces, que ahora puedo hacerla sonar en mi cabeza cuando quiero y con esa voz vuelve toda el aura de Pablo, que está en el aire y que no se esfuma.

Alastair Reid

 

Hay dos maneras de refutar a Neruda: una es no leyéndolo, la otra es leyéndolo de mala fe. Yo he practicado ambas, pero ninguna me dio resultado.

Nicanor Parra

 

Pablo era un fabulador, había algo de comediante en él, era un comediante. Pablo era la imagen de la desesperación. Así es el arte. Su desesperación era tan vasta que tenía que irrumpir en forma de poemas. Se desesperaba por los cordones de sus zapatos, por las ilusiones en la botella, el olor de Muñoz; siempre desesperado. Uno tiene que estar desesperado por todo, para poder derrotar la desesperación.

Roberto Matta

 

Pablo Neruda

Pablo me dijo que el amor era como los árboles: algunos de hojas perennes y otros de hojas caducas. Así era el amor. Se secaba y volvía a dar y daba de nuevo. Existía como todas las cosas de los seres humanos: se terminan y vuelven. Y eso es normal que suceda en hombres y mujeres de todas las edades, sobre todo una persona sensible se va a enamorar muchas veces.

Griselda Nuñez «La Batucana»

 

El éxito abrumador de su poesía lírica de juventud lo irritaba.

-Es el peor de mis poemas -protestaba cada vez que alguien mencionaba el Poema Veinte.

Sin embargo, de pronto contaba que una pareja joven, en alguna plaza de provincia, en Colombia o en el sur de Chile, le había dicho, emocionada:

-Nuestra felicidad comenzó con la lectura del Poema Veinte, en esta misma plaza, en el crepúsculo, durante la primavera del año pasado.

Neruda sonreía satisfecho:

-Ya ven ustedes, soy el poeta casamentero -comentaba.

No concebía la existencia sin un estado de amor permanente. Las personas solitarias lo intrigaban, le resultaban incomprensibles.

Era un notable relacionador de personas y ayudó a formar muchas parejas. Insistía en su condición de casamentero. Concebía el amor como expansión natural, como respiración. Así también concebía la poesía. La única interrupción de esa respiración natural llegaba con la muerte, que era el fenómeno incomprensible por definición, el gran escándalo. La enigmática soledad le parecía un estado estéril, próximo al suicidio. Quería contemplar al mundo en forma de comunicación, concierto, armonía, matrimonio del cielo y de la tierra. Las dos mitades de la manzana de la creación, la mitad oscura y la mitad luminosa, tenían que terminar por casarse. Lo del poeta casamentero era más que una frase y una broma.

Jorge Edwards

 

No ha sido fácil el recomenzar mi vida en esta casa. Necesito de todo mi valor para soportarlo. Esta casa me duele. Por todas partes surge el recuerdo de Pablo, nuestras risas, siempre el bullicio y la alegría. Es como una casa siempre iluminada que se hubiera ensombrecido.

Los primeros días, tenía miedo de la noche, sentía como ésta oscurecía mi alma, llenándola de miedo. Malos presagios se apoderan de mi cuerpo, dejándolo helado y sin deseos de moverse. ¡Cómo dulcificar esta vida dura, tan llena de desengaños, con tantas lágrimas!

Pero, poco a poco, como un rumor subterráneo, como una fuerza incontenible, llega hasta mí, inesperadamente, consuelo y compañía.

Venciendo el miedo, que es aterrador en estos días, comienzan a llegar hasta mi casa mujeres de las poblaciones, pálidas y temblorosas. Me abrazan con afecto, como si perteneciéramos a una misma familia. Me cuentan que están desesperadas. No tienen suficiente alimento para sus hijos.

Todo esto me hace sufrir, pero, al mismo tiempo, me da fuerzas, comienza a invadirme una rebeldía muy grande y, gracias a ella, empecé a perder mi propio miedo, a buscar dónde cobijarme, algo que atenuara esta mezcla de soledad y de terror. Y fue así como mi vida comenzó a llenarse de otras vidas.

Una tarde subí al living y encendí un hermoso fuego, nuestro «amigo de ojos rojos», como lo llamaba Pablo. Sentí que me invadía algo tibio y refrescante al mismo tiempo. Saqué todos mis álbumes, las cartas y telegramas que Pablo me había mandado desde distintos lugares; cinco álbumes hechos en Capri. Los abrí y, sin llamarlos, acudieron en tropel bullicioso los recuerdos. Escucho risas y me escapo: estoy viviendo en Capri, ese Capri que recordaré como mi paraíso. O estoy en Nyon, junto al lago Lemán. O en Vézenas, pueblito cercano a Ginebra, donde pasamos aquellos días tan felices en esa pequeña pensión familiar y amable.

Muy tarde ya me fui a dormir. Ya no estaba sola. Una enorme confianza se había apoderado de mí: había triunfado.

Matilde Urrutia

Pablo Neruda y Matilde Urrutia

 

 

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