LA VOZ QUE ESPERABAS ESCUCHAR

 

 
 
 
 
Nadie me dijo nunca que la pena se siente casi igual que el miedo. No tengo miedo, pero la sensación es la misma; esa agitación del estómago, esa inquietud, bostezos. Paso tragando saliva. Hay una especie de barrera invisible entre yo y el mundo.
 
Me cuesta absorber lo que dicen los demás. O quizás no quiera escucharlos. Es tan sin interés. Pero deseo que los demás estén cerca. Me aterran los instantes en que la casa está vacía. Si tan solo hablaran entre sí y no conmigo.
 
Hay momentos, muy inesperados, en que algo, en mi interior, intenta asegurarme que verdaderamente no me importa tanto, no tanto al cabo. El amor no es la totalidad de la vida de un hombre. Era feliz antes de conocer a Joy.
 
Lágrimas sensibleras. Casi prefiero los instantes de agonía. Si doy paso a este talante, en pocos minutos habré sustituido la verdadera mujer por una muñeca sobre quien lloriquear. Gracias a Dios su recuerdo es aún demasiado fuerte y no me deja caer en esto.
 
Y nadie me habló nunca de la lasitud de la pena. Con excepción de mi trabajo no soporto el menor esfuerzo. No sólo escribir, sino incluso leer una carta, me parece demasiado. Es fácil advertir por qué el solitario se torna descuidado y finalmente sucio y desagradable.
 
Y mientras, ¿dónde está Dios?. Acércate a Él cuando tu necesidad es desesperada ¿y qué te encuentras? Una puerta que te cierran en las narices, el sonido de una cerradura, de una cerradura doble, al otro lado. Y después, silencio.
 
No creo que esté en verdadero peligro de dejar de creer en Dios. Por cierto que es bastante fácil decir que Dios parece ausente cuando más lo necesitamos, porqué está ausente, porque no existe. ¿Pero por qué entonces parece tan presente cuando, para decirlo con toda franqueza, no lo estamos buscando?
 
Después de la muerte de un amigo, hace años, tuve por un tiempo la más vívida certidumbre acerca de la continuación de su vida; incluso de que su vida se estaba potenciando. He implorado que se me conceda con Joy por lo menos la centésima parte de esa seguridad. No hay respuesta.
 
Cada vez que tropiezo con un matrimonio feliz puedo sentir que están pensando que uno de ellos estará algún día como yo. Hay un lugar donde su ausencia me llega localmente a casa, un lugar que no puedo eludir. Me refiero a mi propio cuerpo. Ahora es como una casa vacía.
 
Es increíble la felicidad, incluso la alegría, que a veces tuvimos juntos cuando ya había terminado toda la esperanza. ¡Cuánto tiempo, con qué serenidad, de qué modo tan nutricio, conversamos juntos esa noche última! Es cierto que no se puede compartir la debilidad, el miedo o el dolor de otro. Puedes sentirte mal. Puede que tan mal como se siente el otro.
 
Y esta separación, supongo, nos estará esperando a todos. Pero esto debe suceder a todos los amantes. Hay muerte. Y sea lo que sea, importa. Y sea lo que sea, sucede, tiene consecuencias; y ella y ellas son irrevocables e irreversibles.
 
Alzo la vista al cielo de la noche. ¿Hay algo más cierto que si me permitieran recorrer esos vastos tiempos y espacios en ninguna parte encontraría su rostro, su voz, su tacto? Ella murió. Está muerta. ¿Tan difícil es aprender esta palabra?
 
Ni siquiera consigo visualizar con claridad su rostro mientras procuro imaginarla. Pero su voz continúa viviente y límpida. La recordada voz que en cualquier momento me convierte en niño que gime y gime.
 
Estoy pensando en ella casi siempre. Pensando en sus palabras, miradas, risas y acciones. A menos de un mes de su muerte, ya advierto el comienzo lento e insidioso de un proceso que va a convertir a la Joy que pienso en una mujer más y más imaginaria.
 
Oh, querida, regresa un instante y quítame de encima este fantasma doloroso. Oh, Dios, ¿por qué te molestaste tanto en obligar a esta criatura a salir de su encierro si ahora está condenada a arrastrarse hacia él, a ser absorbida en él?
 
Y esa inclinación lamentable a decir que vivirá para siempre en mi recuerdo. ¿Vivir? Es exactamente lo que no hará. Era a Joy a quien yo amaba. ¡Como si quisiera enamorarme de mis recuerdos de ella, de una imagen en mi propia mente! Sería una especie de incesto.
 
Trato de rezar por Joy y me detengo. Me desconcierto, me asombro. Tengo una difusa sensación de irrealidad, de hablar en el vacío sobre algo que no existe. La razón de esa diferencia es evidente. Nunca sabes cuánto crees verdaderamente en algo hasta que su verdad o falsedad se te vuelve asunto de vida o muerte.
 
Es fácil decir que crees que una cuerda es fuerte y resistente mientras sólo la utilizas para amarrar una caja. Pero no es lo mismo si tienes que suspenderte de esa cuerda en un abismo. ¿No vas a verificar antes cuanta confianza te merece? Lo mismo vale con la gente.
 
¿Dónde está ahora? Más de una persona amable me ha dicho que está con Dios. En un sentido, eso es seguro. Ella es como Dios, incomprensible e inimaginable. Lo mire por donde lo mire, decir que Joy ha muerto es decir que todo eso ha terminado. Es parte del pasado.
 
Y el pasado es el pasado y esto significa el tiempo. Y el tiempo mismo es otro nombre de la muerte, y el cielo mismo un estado donde las cosas anteriores se han ido para siempre.
 
Nunca, en ningún lugar ni tiempo, volverá a tener a su hijo en las rodillas, no podrá bañarlo, ni contarle un cuento, ni hacer planes para su futuro; tampoco verá a sus nietos. Me dicen que Joy es feliz ahora, me dicen que está en paz. ¿Por qué están tan seguros? ¿Cómo saben que descansa? ¿Por qué la separación que tanto duele al amante que queda atrás va a ser indolora para el amante que se marcha?
 
 Porque está en las manos de Dios. Pero si es así, todo el tiempo estuvo en manos de Dios; y he visto lo que le hicieron aquí. ¿Acaso se tornan más amables con nosotros apenas abandonamos el cuerpo?
 
¿Qué clase de amante soy que pienso tanto en mi propia aflicción y tan poco en la suya? Ni siquiera he planteado la pregunta de su regreso, si fuera posible, sería bueno para ella. La quiero de regreso. ¿Le podría desear algo peor? Ya pasó por la muerte. Si retorna, en algún momento, más tarde, debería volver a pasar por todo eso.
 
Empiezo a ver. Mi amor por Joy fue de una calidad muy semejante a mi fe en Dios. No quiero exagerar, sin embargo. Dios sabe si hay algo más que imaginación en la fe o algo más que egoísmo en el amor.
 
Temprano, esta mañana, tenía el corazón más ligero que en las últimas semanas. De pronto, cuando menos me dolía, la recordé mejor que nunca. Decir que casi fue un encuentro, sería ir demasiado lejos. Como si el tenue olvido de la pena hubiera suprimido algún obstáculo.
 
Nada puedes ver si tienes los ojos velados de lágrimas. No puedes, en la mayoría de los casos, conseguir lo que quieres si lo quieres con demasiada desesperación.
 
Ahora si que conversamos de verdad. Y así es, quizás, con Dios. Poco a poco he ido sintiendo que la puerta ya no está cerrada ni con doble cerradura por dentro. ¿Fue mi frenética necesidad la que la golpeó en la cara?
 
Cuando en el alma no tienes nada a excepción de un grito de ayuda, quizás sea precisamente el momento en que Dios no te puede socorrer: eres como el que está a punto de ahogarse y nadie te puede ayudar porque te aferras y arrastras. Quizás la insistencia de tus llantos y tus gritos te ensordece para la voz que esperabas escuchar.
 
Una buena esposa contiene tantas personas en sí misma. Ella fue mi hija y mi madre, mi alumna y mi maestra, mi súbdita y mi soberana, mi colega de confianza, mi amiga, compañera de viaje y camarada de armas. Quizás más.
 
La pena apasionada que nos liga con los muertos nos aparta de ellos. En los instantes en que siento menos tristeza, Joy ingresa veloz en mis recuerdos, con toda su realidad.
 
¿Acaso la gente no discutía antaño si la visión final de Dios era más un acto de inteligencia o más un acto de amor? Esta quizás sea otra pregunta sin sentido.
 
¡Qué malvados seríamos, si pudiéramos, traer a los muertos otra vez a esta tierra! Ella no me dijo a mí, sino al capellán que estaba en paz con Dios. Sonrió, pero no a mí.

 

Clive Staples Lewis
 
 

 

Cuando tenía diecisiete años, leí una cita que decía algo parecido a que si vives cada día como si fuera el último, es muy probable que algún día aciertes. A mí me impresionó y desde entonces, durante los últimos 33 años, me miro al espejo todas las mañanas y me pregunto si hoy fuera en último día de mi vida, ¿querría hacer lo que estoy a punto de hacer hoy? Y cada vez que la respuesta ha sido «no» por varios días seguidos, sé que necesito cambiar algo.

 

Recordar que moriré pronto, constituye la herramienta más importante que he encontrado para ayudarme a decidir las grandes elecciones de mi vida. Porque casi todo -todas las expectativas externas, todo el orgullo, todo el temor a la vergüenza o al fracaso- todo eso desaparece a las puertas de la muerte, quedando solamente aquello que es realmente importante. Recordar que van a morir es la mejor manera que conozco para evitar la trampa de pensar que tienen algo que perder. Ya están desnudos. No hay ninguna razón para no seguir a su corazón.

 

Casi un año atrás me diagnosticaron cáncer. Me hicieron un scanner a las 7:30 de la mañana y claramente mostraba un tumor en el páncreas. Yo ni sabía lo que era el páncreas. Los doctores me dijeron que era muy probable que fuera un tipo de cáncer incurable y que mis expectativas de vida no superarían los tres a seis meses. Mi doctor me aconsejó irme a casa y arreglar mis asuntos, lo que es el código médico para prepararte para la muerte. Significa intentar decirles a tus hijos todo lo que pensabas decirles en los próximos 10 años, decirlo en unos pocos meses. Significa asegurarte que todo esté finiquitado de modo que sea lo más sencillo posible para tu familia. Significa despedirte.

 

Viví con ese diagnóstico todo el día. Luego, al atardecer, me hicieron una biopsia en que introdujeron un endoscopio por mi garganta, a través del estómago y mis intestinos, pincharon con una aguja mi páncreas y extrajeron unas pocas células del tumor. Estaba sedado, pero mi esposa, que estaba allí, me contó que cuando examinaron las células en el microscopio, los doctores empezaron a llorar porque descubrieron que era una forma muy rara de cáncer pancreático, curable con cirugía. Me operaron y ahora estoy bien.

 

Fue lo más cercano que he estado a la muerte y espero que sea lo más cercano por unas cuantas décadas más. Al haber vivido esa experiencia, puedo contarla con un poco más de certeza que cuando la muerte era simplemente un concepto intelectual. Nadie quiere morir. Incluso la gente que quiere ir al cielo, no quiere morir para llegar allá.

 

La muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y es como debe ser porque la muerte es muy probable que sea la mejor invención de la vida. Es el agente de cambio de la vida. Elimina lo viejo para dejar paso a lo nuevo. Ahora mismo, ustedes son lo nuevo, pero algún día, no muy lejano, gradualmente ustedes serán viejos y serán eliminados. Lamento ser tan trágico, pero es muy cierto.

 

Steve Jobs

 

 

 
Conoceréis el secreto de la muerte.
Pero, ¿cómo lo encontraréis si no buscáis en el corazón de la vida?
Y si verdaderamente queréis contemplar el espíritu de la muerte, 
abrid vuestro gran corazón a la vida.
 
Pues la vida y la muerte son una misma cosa,
así como el río y el mar son uno.
En lo más profundo de vuestras esperanzas y deseos,
late en silencio vuestro conocimiento del más allá.
 
Porqué, ¿qué es el morir, sino permanecer
desnudos en el viento y fundirnos en el sol?
Y ¿qué es dejar de respirar, sino liberar el aliento de la incesante marea,
para que pueda alzarse y expandirse libre de ataduras buscando a Dios?
 
Sólo cuando bebáis en el río del silencio, cantareis.
Y cuando hayáis alcanzado la cima de la montaña,
entonces se iniciará la subida.
 
Y sólo cuando la tierra reclame vuestros cuerpos,
la danza dará comienzo.
 
Khalil Gibran
 
 
Quién sabe en verdad como será su morir y cuánto coraje tendrá para morir. Cada muerte es diferente. Con todo, nos cabe expresar una esperanza: que, si nos es concedida una muerte repentina, podamos despedirnos de este mundo con el apoyo de amigos fieles, llenos de serenidad y consuelo, de gratitud y de una callada expectativa.
 
Hans Küng
 
 
Me daba cuenta de todo aquello y sin embargo hube de pasar un largo rato allí sentado antes de inclinarme hacia él, acercándome todo lo posible, hasta que, con los labios pegados a su rostro demacrado, destruido, pude reunir fuerzas para decirle en un susurro:
-Papá, creo que te tengo que dejar marchar.
 Hacía algunas horas que estaba ya inconsciente y no me podía oír, pero sin embargo, emocionado, asombrado y llorando, estuve allí repitiéndoselo una y otra vez hasta que yo mismo pude creerlo.
 
Philip Roth
 
 

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