¿Por qué me
sacudió con tanta fuerza la muerte de mi madre Françoise? Desde el momento
en que me fui de casa, me había inspirado muchos arranques. Cuando ella
perdió a papá, me conmovió la intensidad y la simplicidad de su pena, así
como su solicitud de que pensara en mi, suponiendo que yo contenía mis
lágrimas para no aumentar su dolor.
Un año más tarde, la
agonía de su madre le recordó dolorosamente la de su marido; el día del
entierro tuvo que quedarse en cama a causa de una depresión nerviosa.
Pasé la noche a su
lado; olvidando mi desagrado por ese lecho nupcial en el que nací y en el
que murió mi padre, yo la miraba dormir; a los cincuenta y cinco años, con
los ojos cerrados y el rostro calmo, ella aún era hermosa; me admiraba de
que la violencia de sus emociones triunfara sobre su voluntad.
Habitualmente
pensaba en ella con indiferencia. En mis sueños, sin embargo, en tanto que
mi padre aparecía muy de vez en cuando y en forma anodina, representaba con
frecuencia un papel esencial: se confundía con Sartre, y éramos felices
juntas.
Luego el sueño se
trocaba en pesadilla: ¿Por qué vivía yo nuevamente con ella?, ¿Cómo volví a
caer bajo su férula? Nuestra antigua relación sobrevivía pues, en mí, bajo
su doble aspecto: una dependencia querida y detestada. Ésta resucitó con
todas sus fuerzas cuando ocurrió el accidente de mamá, cuando su enfermedad
y su fin rompieron la rutina que regía entonces nuestras relaciones.
El tiempo se
desvanece tras los que dejan este mundo; y mientras mi edad aumenta, mi
pasado se contrae. La «mamacita querida» de mis diez años ya no se
diferencia de la mujer hostil que oprimió mi adolescencia; las he llorado a
ambas al llorar a mi madre vieja.
Entre sus papeles,
encontré testimonios enternecedores. Había separado tres cartas, una escrita
por un jesuita y otra por una amiga, en las que le aseguraban que un día yo
volvería a Dios.
Con esos
textos ella buscaba que la tranquilizaran a mi respecto, pero si mi
salvación no la hubiera preocupado hasta la inquietud, ella no hubiera
sentido esa necesidad.
No se muere de
haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de algo. Saber que
mi madre por su edad estaba condenada a un fin próximo no atenuó la horrible
sorpresa sobre su terrible enfermedad, es algo tan brutal e imprevisto como
un motor que se detiene en el aire.
Mi madre alentaba
el optimismo cuando impedida y moribunda ella afirmaba el precio infinito de
cada instante; asimismo, su vano encarnizamiento desgarraba el velo
tranquilizador de la superficialidad cotidiana.
No existe muerte
natural; nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola
presencia cuestiona al mundo. Todos los hombres son mortales; pero para
todos los hombres la muerte es un accidente y, aun si la conoce y la acepta,
es una violencia indebida.
Simone de Beauvoir
No entres con
tranquilidad en esta buena noche.
La vejez debería arder
de furia, al caer el día;
rabia, rabia contra la
muerte de la luz.
Dylan Thomas
Hacia el final de su
vida, mi madre también nos comunicó que había empezado a tener sueños
reconfortantes con mi padre, Leo, fallecido pocos años antes, a los noventa
y dos años. Nos relató: «En mis sueños, Leo venía hacia mí con los brazos
abiertos mientras yo trataba de cruzar el camino para alcanzarlo. ¡Se veía
tan contento, y el sueño parecía tan real! ». Al contarnos este sueño, sus
ojos se llenaron de lágrimas y de pronto pareció invadirla una apacible
felicidad, mientras hablaba. Tuvo muchos sueños de este tipo, que pensamos
que la ayudaron a prepararse para su propia transición.
Uno de los regalos más
grandes que me hizo mi madre en sus últimos días fue desprenderse de su
cuerpo físico, muriendo pacíficamente durante el sueño mientras yo estaba a
su lado, una mañana muy temprano. Aunque no había sufrido ninguna crisis ese
día, yo tuve la premonición de que debía ir a verla y quedarme con ella esa
noche. Nunca antes había recibido el mandato interior de pasar toda la noche
con ella en su habitación. Estaré eternamente agradecido por haberlo
atendido.
Dr.
Gerald Jampolsky
La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no
es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.
Antonio Machado
¿Por qué amo más al
que se va que al que se queda? Tengo llenas de ausencias y de vuelos mis alas
amarradas a la tierra ¿volverá un día todo lo que amamos?
Rafael Alfaro
Vivir en el corazón de
aquellos que hemos dejado: eso no es morir.
Johann Goethe
La muerte no nos roba
a los seres amados. Por el contrario, nos los guarda e
inmortaliza en el recuerdo.