Durante un seminario en
Australia, una madre trabajadora levantó la mano y preguntó si podríamos
ayudarla a superar un intenso dolor en la nuca que estaba sintiendo desde
hacía unas tres semanas.
Aun desde el otro
extremo de la habitación, podíamos advertir que la mujer estaba tensa e
incómoda.
Le preguntamos si se
animaba a explorar lo que sucedía en su vida en el momento en que sintió el
dolor por primera vez. Al principio, no pudo recordarlo. Luego dijo, de
pronto:
-¡Ah,
sí, ya me acuerdo!
Y
procedió a relatarnos lo siguiente:
-Mi hija adolescente me
estaba dando problemas. Se había quedado hasta tarde fuera de casa y yo la
reprendí. Me respondió a gritos, de malos modos. Me exasperé con ella y le
dije que cuando se ponía así, se convertía e un verdadero dolor de cabeza
para mí.
Sin saltarse ningún
detalle, la mujer prosiguió enumerando una larga lista de dificultades que
estaba teniendo en la relación con su hija.
Esperamos un momento y
luego le preguntamos amablemente:
-¿Se
oyó a usted misma decir que su hija era a veces un dolor de cabeza?.
Se apresuró a responder:
-No,
no me oí decir tal cosa.
Hizo una breve pausa y
luego agregó:
-¡Dios
mío, eso fue exactamente lo que dije!
Cuando la joven madre
contó su historia al grupo, otros asistentes al seminario le expresaron su
solidaridad y apoyo. Una persona le aseguró que era muy normal tener
sentimientos de frustración respecto de los hijos adolescentes.
Otra le dijo que no era
ningún pecado sentir en ocasiones que nuestros propios hijos son un dolor de
cabeza, o incluso algo peor.
Mientras mirábamos a la
mujer, la tensión fue abandonando su rostro.
Al final del día, esta joven
madre trabajadora se acercó a nosotros sonriendo. El dolor de nuca le había
desaparecido en cuanto se libró de los profundos sentimientos de culpa con
que se había estado agobiando a sí misma por enojarse con la hija.
Con gran sorpresa suya, la ira
que sentía se disipó junto con la culpa, y la mujer se vio de pronto en
condiciones de explorar otras maneras de contemplar la situación; asimismo
nos enseñó a todos que toda persona que experimenta un dolor crónico tiene
la posibilidad de descubrir una
fuente de alivio.
Centro de Curación por la Actitud
El cuerpo es afectado por la mente que se hiere a sí
misma. Nuestras actitudes hacia nosotros mismos influyen en el modo como
tratamos a nuestros cuerpos. Nuestros pensamientos y creencias acerca de
quién y qué somos afectan sin duda a nuestros cuerpos.
Vemos la ilusión de separación cuando nos aferramos a
la creencia de que el cuerpo es todo lo que hay y de que, cuando muere, ése
es el fin de todo. Cuando creemos que somos seres espirituales, podemos ver
el cuerpo como un vehículo temporal para unirnos, a través de la extensión
del amor.
Cuando empleamos la visión espiritual como forma de
ser, sabemos que hay una unión perpetua de cuerpo, mente, espíritu y amor.
En la vida, muchos nos concentramos e el cuerpo más que en el amor y el
espíritu que están dentro del cuerpo pero no limitados a él.
A menudo podemos creer erróneamente que nuestra mente
está en nuestro cuerpo y que nuestro cuerpo nos controla. Vemos al cuerpo
como un vehículo para atacar y separar, y no como un vehículo para amar y
unir. Cada vez que equiparamos a otros a nosotros mismos con el cuerpo,
terminamos sintiéndonos deprimidos porque nos resulta difícil controlar a
otras personas y sus cuerpos.
Nuestra mente a menudo está en conflicto por creer
que nuestra paz interior está siempre determinada por el estado de nuestros
cuerpo. Nos confundimos al pensar que nuestro cuerpo es de hecho capaz de
tomar decisiones y decirnos cómo nos sentimos. No queremos creer que, en
realidad, la mente controla el cuerpo y da las órdenes conscientes e
inconscientes.
Podemos concebir nuestros cuerpos como ídolos
negativos, o sea, como algo que odiamos, o como ídolos positivos: algo que
admiramos y reverenciamos. En ambos casos, usaremos nuestro cuerpo de un
modo que nos hará sentirnos aislados, abandonados y vulnerables al ataque
por parte de otros cuerpos. Cuando nos desprendemos del falso sentido de
identidad que asociamos con la forma física, nuestro cuerpo se convierte en
un amigo.
Cuando descuidamos el cuerpo, cuando no lo atendemos
adecuadamente, esto suele deberse a que tenemos pensamientos negativos
respecto de nosotros mismos. Estos pensamientos negativos habitualmente
implican acusaciones y culpa. Hay veces en que debido a nuestra culpa de
hecho terminamos aprisionándonos en nuestro cuerpo.
Aferrarnos a la culpa puede llevarnos a sentir que
debemos castigarnos a nosotros mismos. Por lo general, esto es algo que
hacemos sin pensar, autoatacándonos como si nuestro cuerpo se hubiera vuelto
un enemigo, lo cual nos produce dolor y enfermedad.
Todos albergamos imágenes mentales de nosotros
mismos. A veces son imágenes positivas, pero en muchas ocasiones pueden ser
negativas. Cuando estas imágenes mentales son negativas, enmarcadas con
pensamientos implacables, tanto la mente como el cuerpo pueden sufrir.
Uno de los efectos que a menudo observamos cuando
estas imágenes negativas persisten durante mucho tiempo son los dolores de
espalda y de cuello. Nuestras espaldas y nuestros cuellos son «eslabones
débiles» que nos advierten que debemos prestar más atención a lo que estamos
pensando y sintiendo.
Una pesada carga de culpa y depresión nos puede
provocar dolores de espalda que en ocasiones nos obligan a estar totalmente
inactivos durante varios días seguidos. Lo que aprendemos sobre nosotros
mismos es que cada vez que tenemos dolor de espalda, a menudo se debe a que
consciente o inconscientemente estamos haciendo juicios negativos sobre
nosotros u otras personas.
Habiendo aprendido esto, procuraremos prestarle
atención al dolor de espalda, desde el instante mismo en que aparece. Al
primer asomo de dolor, detenemos nuestra actividad, nos sentamos en un lugar
tranquilo y nos quedamos quietos. Entonces comenzamos a explorar cualquier
pensamiento agresivo que podamos estar teniendo, ya sea contra nosotros
mismos u otras personas.
Constatamos que generalmente logramos identificar y
luego experimentar la ira que sentimos con la persona o situación de que se
trate. Entonces podemos dedicarnos a procurar la voluntad de perdonar a la
otra persona y a nosotros mismos.
No todas la veces lo lograremos, pero realmente
impresiona la rapidez y la frecuencia con que el dolor desaparece junto con
el conflicto interior que estábamos experimentando.
El dolor de cuello es no sólo una dolencia común sino
también una manifestación muy corriente de tensión, fricción e ira
reprimida. Tal vez una de las razones de que sea tan común es que muchos de
nosotros cargamos con pensamientos negativos y enjuiciadores acerca de otras
personas durante el transcurso del día.
Posiblemente nos sentimos culpables por tener estos
pensamientos hostiles e implacables, aunque nuestra culpa se dé sólo a nivel
subconsciente.
El autocastigo que vienes de esta culpa puede
terminar por convertirse en un dolor en el cuello o la nuca. En nuestro
estado mental inconsciente, sin embargo, nos parece que es la otra persona
la que nos provoca el dolor.
Creemos que el dolor es resultado de cosas que
ocurren fuera de nosotros, y en tanto elegimos creer esta visión de nuestra
vida, nos mantenemos en la posición de víctimas, incapaces de hacer nada
para modificar nuestra existencia.
Los pensamientos coléricos e implacables que
albergamos en la mente y el cuerpo finalmente no hacen sino causar nuestro
propio dolor.
Dr. Gerald Jampolsky
En la infinitud de la
vida, en donde estoy, todo es perfecto, completo y entero. Acepto la
perfecta salud como el estado natural de mi ser. Conscientemente renuncio a
todos los modelos mentales que desde mi interior pudieran expresarse como
algún malestar. Con amor y aprobación me acepto. Con amor y aprobación
acepto mi cuerpo, y lo nutro con bebidas y alimentos sanos, y lo ejercito de
formas gratificantes y entretenidas. Reconozco en él un mecanismo magnífico
y asombroso, y agradezco el privilegio de vivir en él, rebosante de energía.
Todo está bien en mi mundo.
No lograba comprender por qué
tenía tortícolis una y otra vez. Entonces descubrí que el cuello representa
la flexibilidad en las opiniones, la disposición a ver los diferentes
aspectos de un asunto. Yo había sido una persona muy inflexible que, por
temor, me negaba a considerar otros aspectos de algún tema. Pero a medida
que me fui haciendo más flexible en mi forma de pensar y más capaz de ver,
con afectuosa comprensión, el punto de vista de los demás, dejó de causarme
molestias el cuello. Ahora, cuando siento algo de rigidez en el cuello,
trato de ver dónde está la rigidez en mi pensamiento.
Louise Hay
La vida misma es
inteligencia montada sobre una base química, pero no debemos cometer el
error de pensar que el jinete y el caballo son lo mismo. Últimamente hemos
llegado a un cambio espectacular en nuestra visión del mundo. Por primera
vez en la historia de la ciencia, se ha puesto de manifiesto que la mente
cuenta con una base visible. Antes de esto, la ciencia declaraba que éramos
máquinas físicas que de alguna manera aprendieron a pensar. Ahora empezamos
a ver que somos pensamientos que han aprendido a crear un mecanismo físico.
Deepak Chopra
Si la mente puede sanar
el cuerpo, pero el cuerpo no puede sanar la mente, entonces la mente debe
ser más fuerte que el cuerpo.