EL DON DIVINO DE LA TRANSFORMACIÓN

 

 

En nuestras vidas existe un gran plan que nos guía y dirige, un propósito más profundo y poderoso de lo que llegamos a vislumbrar. Dios está en todas partes y constantemente busca actuar con nosotros y a través nuestra, y que, si estamos dispuestos a aceptarlo y expresarlo, Él comparte con nosotros el milagro del Amor.

Albergamos fantasías catastróficas y horribles sobre lo que el futuro nos depara, temores aprendidos y basados en malentendidos y sentimientos de falta de valía. Sin embargo, cuando nos vemos forzados a confrontarlos, o elegimos hacerlo, aprendemos que, en realidad, no había nada que temer. El miedo es como el monstruo que vive en el sótano: nunca está allí cuando encendemos la luz.

Atraemos lo que pensamos. Si pensamos y vemos bondad y prosperidad, eso nos rodeará. Si moramos en lo negativo y en el sufrimiento, eso encontraremos. Cada pensamiento es una oración. Cada pensamiento que pasa por nuestra mente es como una petición que le hacemos a Dios, quien siempre está dispuesto a concedérnosla. Cuanto más elaboremos una idea, más probabilidad existe de que se manifieste en la forma de una experiencia. Podemos utilizar este principio en nuestro provecho, cuidando pensar en cosas que deseamos ver manifestadas como acontecimientos y experiencias.

Descubrí que lo único que hay que hacer en la vida es ser, que todo en este mundo, se basa en el deseo, que a su vez está basado en la ilusión de «necesidad». Supe en lo más profundo de mi corazón que, en Verdad, no necesitaba nada, nunca lo necesité y nunca lo necesitaré. Nadie en esta tierra necesita nada en realidad. De hecho, hemos venido a aprender que lo que deseamos nunca nos hará felices. También comprendí que todas nuestras ocupaciones no son más que vanos ajetreos para intentar satisfacer unas necesidades que creamos al pensar que, para ser felices, necesitamos esto o lo otro.

Ningún trabajo es mejor que otro. El elemento esencial está en el grado de conciencia que mantenemos mientras realizamos la tarea.

Perdonar es trascender nuestra naturaleza inferior y liberar una fuerza de Luz que puede sanar al universo y purgarlo de todo sufrimiento. Cuando perdonamos a alguien, incluso y especialmente a nosotros, estamos elevando la idea del perdón a su más alto potencial angélico, y nada puede resultar más agradable a los ojos de Dios que eso. Amarnos por lo bueno que encerramos es fácil, pero amarnos a pesar de nuestras equivocaciones es labor de santo.

Todos estamos, en este momento, en el lugar que nos corresponde, porque lo hemos ganado con nuestro grado de conciencia. Nos puede parecer bueno o malo, pero es el sitio correcto. De hecho, siempre es bueno, porque estamos en la posición perfecta para aprender la lección que necesitamos para iniciar una nueva y más satisfactoria etapa de crecimiento personal. Podemos probar a idear o evitar el sitio en que nos gustaría estar, pero como no podemos «idear» nuestro verdadero de despertar, siempre volveremos al lugar que nos corresponde.

A pesar de las preguntas que surgen en nuestras errabundas mentes, estamos donde nos corresponde, haciendo exactamente lo que tenemos que hacer y en el momento adecuado. Dado que la vida es una escuela, siempre estamos en la clase que hemos elegido para aprender una lección concreta. A veces es divertida, otras hay que trabajar un poco, pero siempre es la correcta.

Una característica de los seres humanos que nos diferencia del resto de las criaturas vivientes es la sabiduría creativa. Los animales ven las cosas tal y como son, pero nosotros podemos ver cómo pueden ser. Se nos ha concedido el don divino de la transformación. Jamás he visto nada que aporte a una persona más energía que trabajar y hacer realidad su visión. Existe algo santo en el ser humano que posee un propósito, algo más precioso de lo que puedo expresar con palabras. Es el milagro de la creación.

Alguien que vive en un estado de búsqueda nunca puede ser feliz. Sólo aquellos que están constantemente encontrando se sienten satisfechos. Y el descubrimiento no es algo que sucede: es algo que hacemos.

Cuando miramos la vida con una mente lúcida, vemos que nos da suficiente. Para ganar el juego de la vida, debemos alinear nuestras mentes con un estado de complacencia y, si es preciso, trabajar un poco en ello.

No cuenta tanto lo que hacemos como lo que pensamos que hacemos. Podemos tomar cualquier fracaso y hallar un modo de transformarlo en éxito.

Debemos aprender a distinguir entre necesidades y deseos. Sólo cuando creemos necesitar más de lo que en realidad necesitamos, perdemos de vista nuestras aspiraciones.

Albergamos demasiadas ideas y opiniones sobre cómo las cosas podrían ir mejor si hiciésemos esto o lo otro o si estuviésemos allí en vez de aquí. Sin embargo, con frecuencia el pasaje a la satisfacción consiste en ser diestros con lo que tenemos entre manos. Si hacemos bien lo que tenemos en este momento, no tendremos que preocuparnos de buscar modos de avanzar, porque Dios es el mejor manager del mundo y cuidará de nosotros.

En nuestro esfuerzo por encontrar el verdadero significado de la vida espiritual, a veces confundimos el desapego con la autonegación innecesaria. En las primeras etapas del camino, algunos buscadores creen que menospreciar el dinero, abandonar las posesiones, no bañarse o no comer son actividades espirituales que demuestran su grado de renuncia. El verdadero desapego consiste en poder tomarlo o dejarlo, dependiendo de lo que las circunstancias requieran. Yo solía evitar el dinero, los regalos, las experiencias y la gente por miedo a sentir apego o a comportarme como un egoísta. Mi error consistió en apegarme al hecho de no estar apegado.

Creamos escasez cuando empezamos a temerla. Todos somos espíritus libres y no estamos atados a nada, a menos que lo creamos así. Necesitamos considerar si la vida nos encadena o si somos nosotros, con nuestros razonamientos superficiales, los que creamos las limitaciones. Es un alivio descubrir que no podemos estar encadenados a nada y que las únicas ligaduras que poseemos son las creadas por nuestros pensamientos.

Desarrollamos ciertas pautas de conducta, costumbres y estilos de vida aprendidos, procedentes de nuestra familia, amigos y la publicidad y, después, cuando se nos ofrece la posibilidad de ir más allá, de descubrir dimensiones nuevas y más amplias, preferimos quedarnos en nuestra pequeña esquina del mundo, aun cuando ésta nos aporte pocas alegrías, mucha ansiedad y ninguna posibilidad de expansión.

La mayoría de la gente es sonámbula. Pasan por la vida en un estado semiconsciente, con una vaga idea de lo que hacen, pero sin saber por qué lo hacen. La mayoría de nosotros imitamos lo que otros hacen; hemos idolatrado las opiniones, creencias y actitudes públicas. Adoramos a las masas en vez de la misa.

Cuando vivimos intentando satisfacer los sueños y los deseos de los demás puede que, por un tiempo, logremos convencernos de que somos felices, pero tarde o temprano tendremos que seguir la llamada de la vida.

Nuestras sombras están compuestas de esas limitaciones aprendidas y podemos deshacernos de ellas si las retamos con un poco de luz. En última instancia, todos debemos conquistar a la sombra. Hasta que llegue ese momento, el Ser Divino permanece atrapado en su pequeña porción de mundo aterrador, fingiendo ser feliz, pero sabiendo que hay mucho más, porque somos mucho más. Una vez que comprendemos que podemos ser lo que queremos, descubrimos que los límites que creímos tener son ilusorios.

Se nos dice que regresamos a la Tierra una y otra vez para satisfacer nuestros deseos: la idea de que hay algo «allí fuera» que podrá satisfacer al alma. Creemos que un hombre, una mujer, un cigarrillo o un trabajo pondrán fin a nuestra búsqueda. Lo irónico, o más bien lo gracioso, es que nuestra alma ya está satisfecha, salvo por la idea de que necesitamos algo que la llene. Debemos satisfacer deseos en una penosa evolución minada de desilusiones hasta que nos demos cuenta de que estamos y siempre hemos estado llenos.

El placer momentáneo en objetos transitorios encierra la semilla del dolor ante la pérdida del objeto. Debemos ser brutalmente sinceros con nosotros mismos a la hora de evaluar lo que nos aporta felicidad o tristeza en la vida. Debemos discernir con claridad entre la felicidad pasajera y la real. Las personas, los objetos y las experiencias nos pueden «elevar», pero la exaltación no es completa, porque creemos que procede del objeto que nos lo aporta.

Creer que algo nos puede conducir al Paraíso significa que lo hemos abandonado, pero sólo lo hemos dejado atrás en nuestra conciencia, no en la Verdad. Somos Hijos de Dios y llevamos a Dios dentro. Si pensamos que algo o alguien externo nos puede entregar a Dios, estamos negando que Él ya está en nuestro interior.

El premio de la aventura de la vida es la libertad. Lo irónico es que ya éramos libres antes de iniciarla, pero necesitamos aprender que la libertad no reside en el lugar que nos imaginábamos. Tenemos que aprender que no hay lugar como el hogar, porque todo lugar es nuestro hogar. Cuando aprendamos que Dios está en todas partes, que el Amor lo envuelve todo y que la Verdad es la Tierra de nuestro ser, dejaremos lo pequeño para abrazar el todo.

Todos tenemos el potencial necesario para ganar el juego de la paz interior; sólo necesitamos abandonar la idea de que, antes de encontrarla, debemos hacer algo. La forma de estar sosegado es ser sosegado. Nunca encontraremos paz a través de la guerra o de la lucha; no funciona de esa forma. Lo único que da resultado es empezar donde deseamos acabar, empezar sabiendo que ya hemos llegado y reconocer todo como íntegramente Divino.

La verdadera grandeza está en la simplicidad y las palabras de apoyo, en un acicate firme y una paciencia reposada. La grandeza siempre se encuentra en los que el mundo proclama como héroes, sino en los santos anónimos que, sin egoísmo, sirven a sus familias, escuchan a un amigo desesperado y, con amor, buscan lo Mejor en aquellos que se han acostumbrado a verse a sí mismo como mediocres.

La fuerza que se opone a la determinación es la inercia. Ésta no es una fuerza estática, sino dinámica. Como cualquier otra, tiene a ampliarse, a ganar impulso hasta que otra superior toma el relevo. Caemos en el impulso de la inercia, y esto nos hace renunciar a nuestro compromiso. Se necesita una fuerza mucho mayor para domarla, pero debemos hacerlo. Cuando nos negamos a que una rutina que no elegimos nosotros nos intimide y reanudamos la práctica, el impulso de ésta volverá a aumentar y cada día nos resultará más fácil continuar con ella. La intuición y la inercia llevan la misma vestimenta; sólo nosotros podemos distinguir la diferencia entre una y otra.

La determinación es lo opuesto a la «casualidad». Cuando la ejercemos, nos hacemos cargo de nuestro destino. La persona con determinación se niega a rendirse a los vientos fortuitos de las circunstancias. La determinación es maestría, y la casualidad esclavitud. Si ponemos nuestro destino en manos de la fortuna, unas veces triunfaremos y otras fracasaremos., pero siempre seremos débiles. Cuando actuamos con determinación, vivimos de acuerdo con la creencia de que somos dueños de nuestro destino y, al hacerlo, triunfaremos muchas veces y fracasaremos otras, pero siempre seremos fuertes. No nos arrepentiremos de nada en la vida, porque sabemos que pusimos en ella todo lo que pudimos. Agarra cualquier oportunidad para practicar maestría y determinación. Encara las pruebas con entusiasmo, sabiendo que al conquistar los desafíos te volverás más fuerte.

Los pensamientos sin lugar a dudas poseen sustancia. La mente los concibe y viajan a través del tiempo y del espacio como ondas en un estanque, afectando todo lo que tocan. Son los bloques con los que construimos nuestra experiencia; el mundo que vemos no es más que lo creado por nuestros pensamientos. Pensamos en algo o sobre algo, asociamos un sentimiento y eso atrae un cierto acontecimiento a nuestra vida. Para comprender cómo hemos llegado a donde estamos, sólo tenemos que seguirle el rastro a nuestra experiencia y examinar nuestros pensamientos.

La sustancialidad de los pensamientos es poderosa. Debemos respetar su poder, porque ellos nos crean o nos destruyen. Nuestra vida no surge de la nada, sino que nosotros ponemos en movimiento los eventos y las circunstancias que nos rodean. Para cuando nos encontramos envueltos en una situación determinada, lo que vemos es el efecto de una serie de eventos que empezaron hace mucho tiempo atrás con un pensamiento. Por eso es tan ineficaz intentar mejorar la vida mediante la manipulación de las circunstancias. Todo cambio de circunstancias se debe a un cambio en nuestra forma de pensar. Si queremos cambiar nuestras circunstancias, debemos cambiar nuestros pensamientos. No podemos permitirnos el lujo de un pensamiento «intrascendente», porque tal cosa no existe. Todo pensamiento es una semilla, y lo que plantamos en nuestro jardín mental siempre crece.

Los pensamientos son transferibles. A veces captamos lo que otras personas piensan y las emociones asociadas. Si no estamos atentos, llegamos a creer que son nuestros pensamientos. Todos generamos continuamente gran cantidad de pensamientos y sentimientos. Si deseamos mantenernos fuertes, despejados y efectivos, hemos de comprender y dominar la energía mental.

Dado el poder de nuestros pensamientos y conciencia, tenemos una gran responsabilidad para con la gente, las cosas y el mundo que nos rodea. De la misma manera que no deseamos que nadie vuelque en nosotros su negatividad, debemos cuidarnos de no perturbar a los demás con nuestros pensamientos.

Cuando comprendemos que la enfermedad es una enseñanza, en vez de sentirnos intimidados por ella empezamos a aprender. Existe una conexión entre el cuerpo y la mente. La salud y la enfermedad se inician en la mente con nuestras pautas mentales, se extienden a las emociones y, finalmente, se manifiestan en el cuerpo físico. Éste es el último lugar en el que aparecen los signos de una enfermedad. Para cuando ésta se manifiesta, estamos observando el resultado de un largo proceso iniciado con una pauta mental concreta que disparó una serie de emociones que, a su debido tiempo, creó un trastorno en el patrón físico de nuestro cuerpo y originó lo que llamamos «enfermedad».

Si somos sensibles a los mensajes enviados por el desasosiego mental y emocional, podremos llevar a cabo los cambios necesarios antes de que se manifiesten. Dado que las enfermedades son enseñanzas que nos ayudan a crecer espiritualmente, no desaparecerán hasta que aprendamos las lecciones espirituales que nos ofrecen. A la larga, no es posible escabullirse de nuestro deber rehusando prestar atención a los signos que nos recuerdan aquello que debemos aprender.

Puesto que el cuerpo es una manifestación de los pensamientos y emociones, cada órgano del mismo está asociado a una pauta mental y emocional determinada. El lugar en que aparece la enfermedad es la clave del trabajo mental, emocional y espiritual que necesitamos llevar a cabo.

Dado que la mente es la fuente de todas nuestras experiencias, siempre es posible seguirle el rastro a la enseñanza que necesitamos aprender y descubrir la pauta mental subyacente. Cuando hallamos el patrón que debemos cambiar, los síntomas físicos desaparecerán, dado que su papel de comunicantes ya no es necesario. Nuestros cuerpos, como nuestras vidas, no son aleatorios y no está más allá de nuestra habilidad comprender sus enseñanzas o hallar modos de sanar.

Cualquiera que sea nuestro modo de aceptar la curación, debemos recordar que Dios es el único sanador y que la salud es nuestro derecho. No podemos sanar si creemos merecer la enfermedad. Si no estamos sanos, nos falta algo. Necesitamos renunciar a la idea de que merecemos sufrir, estar enfermos o ser castigados.

Renuncia a todo y todo se te dará. Creo que es una fórmula tremendamente poderosa para la libertad y el gozo en la vida. Cada vez que he puesto en acción este principio, ha funcionado. Siempre que dejo ir algo, Dios me lo devuelve, me ofrece algo mejor o me demuestra que es mejor no tenerlo. He observado una y otra vez cómo Dios siempre nos da lo mejor sin que nadie tenga que pagar por ello.

Sólo tendremos aquello a lo que estamos dispuestos a renunciar. Si no estamos dispuestos a dejar algo, se convertirá en una fuente de ansiedad y amenaza. Si te resistes, persiste.

Una relación basada en la dependencia, la posesión y el apego no puede funcionar porque causa preocupación, temores y amenazas continuas. Los momentos de satisfacción en una relación de este tipo son ilusorios, pues siempre conducen al dolor. Si el «es mío/a» puede brindar gozo, el «la/lo estoy perdiendo» nos producirá dolor. Sólo cuando nos vinculamos a la gente y a las cosas con levedad disfrutaremos verdaderamente de ellas.

La vida es un continuo fluir en ambas direcciones. Las personas y cosas que entran en nuestra vida, saldrán de ella. A veces se quedan un momento, otras toda la vida. Nunca sabemos cuánto tiempo permanecerán ni tenemos un modo de decidir por cuánto tiempo compartiremos el viaje con la otra persona.

La clave de la felicidad es disfrutar de la relación mientras dure, otorgándole a la persona y a la relación completa libertad para evolucionar y seguir su camino de acuerdo a los planes de Dios. Aferrarse a algo o a alguien nunca es bueno, pues depara dificultades tanto al que desea poseer como al que se siente poseído.

Si sentimos dolor ante la ruptura de una relación, no se debe a la pérdida de esa persona, sino a nuestro apego. Cuando dejamos de aferrarnos, el dolor desaparece. Tal vez Dios sea responsable de la pérdida, pero nosotros lo somos del dolor. A la larga, es mucho mejor dejar ir. ¿Acaso no es mejor sentirse libre y feliz que dependiente y apenado?

Sólo cuando dejamos de aferrarnos al pasado, podremos aceptar plenamente las bendiciones que se nos ofrecen en el presente. El apego a una idea o experiencia, ya sea en la forma de reminiscencia o amargura, es igual que aferrarse a una persona u objeto. Nos aleja del aquí y ahora y nos impide experimentar el momento con plenitud. Con demasiada frecuencia nos aferramos a los recuerdos de los «viejos tiempos», cuando «éramos felices de verdad» y todo iba sobre ruedas. Si esos días eran tan buenos, ahora no sentiríamos pena ni los echaríamos de menos, porque lo que es bueno nos libera. Si aún estamos apegados a una experiencia significa que ésta no fue verdaderamente liberadora. Los buenos tiempos son aquellos que nos mostraron que éramos libres de vivir plenamente en cualquier momento, inclusive y especialmente en el ahora. Si disfruté de algo de una manera que su ausencia ahora me apena, no disfruté adecuadamente, porque la experiencia me ha conducido al sufrimiento en vez de a la libertad. Disfruté del elemento mortal y cambiante de la persona o del objeto, y ese elemento nunca aporta paz.

Cuando nos aferramos a una persona mediante el resentimiento, nos encadenamos a ella con los pensamientos y recuerdos. El río de la vida nos conducirá al océano, pero nosotros nos agarramos a la primera roca que nos encontramos en el camino. No podemos cambiar los acontecimientos del pasado, pero siempre podemos cambiar nuestra forma de interpretarlos. Podemos considerar a las personas que en apariencia nos causaron dolor y dificultades como maestros capaces de presentarnos retos a superar para desarrollar más fortaleza personal. Cuando nos damos cuenta de que el problema no radicaba en ellos sino en nuestro modo de percibirlos, además de liberarnos a nosotros, los liberamos a ellos.

Si escapas de una situación difícil, lo único que conseguirás es evitar el estímulo que «pone el dedo en la llaga», pero lo más probable es que eso era precisamente lo que necesitabas para descubrirla y curarla, y así continuar creciendo. Además, podemos tener la seguridad de que tendremos que encarar el mismo reto en otras circunstancias o en otro lugar y, esta vez, con más intensidad. Por tanto, lo mejor es quedarnos donde estamos, porque si escapamos atizaremos el fuego.

¿Cuándo somos libres de abandonar una situación que no consideramos fructífera? Cuando en lo más profundo de nuestro corazón tengamos la certeza de que no estamos huyendo con la esperanza de encontrar un sustituto mejor. Si la situación que deseamos abandonar posee una fuerte carga emocional, es decir, nos causa enojo, irritación o resentimiento, se trata de una oportunidad de oro para crecer mediante su resolución y, por tanto, será aconsejable quedarse. Si, por otra parte, nos sentimos satisfechos y plenos, con una conciencia limpia respecto a nuestra labor y sinceramente sabemos que ya no es un reto ni nos aporta nada producente, lo mejor sería dar por concluido nuestro trabajo espiritual en esa situación. Si sentimos un fuerte impulso interno, no emocional, a cambiar porque eso es ir contra la corriente del cambio, no una reacción, lo más probable es que sea necesario.

Lo único que hay que hacer en esta vida es ser, que todo en este mundo se basa en el deseo, que a su vez está basado en la ilusión de la «necesidad». No necesitaba nada, nunca lo necesité y nunca lo necesitaré. Nadie en esta tierra necesita nada en Realidad. Hemos venido a aprender que lo que deseamos nunca nos hará felices. Todas nuestras ocupaciones no son más que vanos ajetreos para intentar satisfacer unas necesidades que creamos al pensar que, para ser felices, necesitamos esto o lo otro.

Los monstruos que pueblan nuestras vidas son creaciones de pensamientos colectivos de limitación que hemos aceptado como verdaderos. Cuando les apuntamos con la pistola de la Verdad, se desvanecen como pesadillas a la luz de la mañana.

Las experiencias de la vida están para disfrutar o aprender de ellas. Se nos ha educado para creer que la vida es una combinación de cosas buenas y malas, y que el precio a pagar por lo bueno, es lo malo. Sin embargo, hay otra manera de mirar nuestras experiencias.

Las aflicciones y heridas que nos depara la vida no son un castigo de Dios, sino mensajes enviados por un Dios amante para mostrarnos exactamente en qué aspectos debemos cambiar para alcanzar la serenidad propia a nuestra naturaleza. Si comprendemos las implicaciones de esta verdad, nuestra manera de contemplar las dificultades se altera completamente. Vistas desde esta perspectiva, los problemas se transforman en lecciones y los rencores en actos de Gracia. Sencillamente, toda la vida es buena.

La adversidad es nuestra amiga más fiel. Es la fuerza impulsora que nos saca de nuestros cómodos nidos y nos obliga a aprender a volar. De hecho, podemos abrazarla como un regalo, pues si la descartamos, nuestro crecimiento es muy lento, pero con ella pronto pasamos de indefensas crías a expertos voladores.

Cuando tomamos a nuestros «enemigos» por maestros, dejan de ser oponentes y se transforman en nuestros mejores amigos. Nuestro legado y derecho por nacimiento, el propósito de esta vida, es vivir con amor y apreciación. Cuando caemos en una exasperante pelea con otra persona, se debe a que en nuestro interior existe la semilla de un malentendido que debemos aclarar. Si alguien pone «el dedo en la llaga», culparlo sólo sirve para desviar la energía, pero nuestra labor en la vida no consiste en evitar que nos «toquen las llagas», sino en descubrirlas y curarlas. Las personas que sacan a relucir este tipo de irritaciones, nos están haciendo un gran servicio y, por eso, debemos tratarlos como buenos amigos en vez de calificarlos de «enemigos». Independientemente de si ellos lo saben o no, en realidad, están actuando como emisarios de Dios para mostrarnos el camino hacia una mayor fortaleza. Podemos considerar que todas las personas que nos rodean son maestros, algunos nos enseñan lo que hacer y otros lo que no hacer.

En el juego de la vida queremos crecer y mejorar nuestras habilidades, pues pasar por la vida sin ningún tipo de desafío sería inútil y aburrido, no seríamos más que inmóviles plantas en un lago de aguas estancadas. El verdadero valor de la competición descansa en que permite agudizar ciertas destrezas adquiridas. La competición verdadera tiene lugar dentro de la propia persona y no con los demás. Debemos competir con nuestra noción de límite para vencerla y así descubrir que podemos hacer más de lo que creíamos. La competición es cooperación.

El mejor regalo que nos podemos hacer los unos a los otros es brindarnos fortaleza mutua. Fomentar pensamientos de debilidad y victimización no ayuda al que necesita luz en vez de oscuridad.

La libertad que sentimos al abandonar una situación difícil es la libertad del necio; pero la que adquirimos cuando la vencemos, es la libertad de Dios.

Nadie nos roba energía a no ser que nosotros la demos. Además, nadie desea intencionadamente robar la energía de otros; pero la gente vibra de acuerdo con su propio grado de evolución. No obstante, es cierto que podemos perder conciencia de nuestra luz interior si aceptamos los pensamientos negativos procedentes del mundo externo. Tan pronto como consentimos pensamientos de maldad, enfermedad, o nos sentimos víctimas, estamos canjeando nuestro conocimiento de la verdad por la ilusión. Ésta posee una fuerza prácticamente real en el mundo, porque así bien no es real de verdad, la creencia en ella sí lo es, y eso es suficiente para que parezca real. Nos podemos liberar y liberar a los demás de la negación si rehusamos aceptarla cuando se nos acerque. Si no abordamos los pensamientos negativos de otra persona con otros similares, la negación se evaporará.

Siempre tenemos a nuestra disposición algún tipo de guía: sólo tenemos que preguntar, escuchar y aceptar. El consejero más sabio es tu propio Ser. La respuesta a las preguntas que nos formulamos descansan en nuestro interior esperando ser rescatadas como perlas preciosas en el fondo del océano. No necesitamos buscar más allá de nuestro corazón, el templo en el que Dios mora eternamente. Si pides una respuesta, no le des órdenes a tu Ser superior sobre dónde, cómo y cuándo dártela. Nunca sabemos la manera en que se presentará el consejo, sólo necesitamos saber que vendrá.

Las palabras tienen poco significado a menos que vayan apoyadas por la acción.

Nuestro hogar es la imagen de nuestro grado de conciencia. Si deseas ordenar tu conciencia, ordena tu habitación. Mira a ver si hay telas de araña o lugares donde se acumula el polvo. Si es así, has dejado que la indecisión y la inercia se «filtren» en tu templo. El polvo que se acumula en las esquinas de una habitación descuidada es la manifestación de la inconciencia. Barre el polvo y barrerás la falta de conciencia. Cuando una habitación está ordenada y limpia se crea en ella una vibración de poder y armonía que envuelve a los que entran en ella porque refleja el orden divino.

Decide hacer de tu vida lo que quieres de ella. Nadie puede decidir por ti. Las decisiones darán a tu vida el rumbo que elijas. En el instante que se toma una firme decisión, las fuerzas del universo se alían para manifestarla. Si deseas en tu vida ciertos acontecimientos que no se han manifestado aún, se debe a que no has decidido con la suficiente fuerza lo que deseas. Tu vida es una imagen de las decisiones tomadas. Si estás en conflicto o sientes confusión, se debe a que has tomado decisiones conflictivas o confusas. Clarifica tu decisión y tu vida se clarificará. En la dinámica de la mente no hay fugas: lo que creas se transforma en la realidad. Piensa con ambigüedad y la vida será ambigua; piensa con claridad, decide con firmeza y actúa con precisión y la vida reflejará esa seguridad. Tú la habrás hecho así con tu capacidad de decisión.

Si aspiramos a servir a los demás y contribuir al bien de la humanidad, primero debemos deshacernos de los sentimientos de autocompasión, miedo y confusión. Un aspecto de nuestro ser se preocupa demasiado por sí mismo y curiosamente se burla de aquéllos cuyo amor puede ayudarle más. Dentro de nosotros también existe otro aspecto que muestra profunda compasión por las necesidades de los demás y que desea dar en vez de recibir. La recompensa del servicio consiste en que, cuando dirigimos la atención hacia otro ser humano, nos olvidamos de nuestra propia miseria, creada y mantenida por nuestra disposición a consentirla.

El verdadero servicio se da sin esperar nada a cambio, ni siquiera reconocimiento. Con esta actitud nunca nos sentiremos decepcionados, sino que siempre estaremos satisfechos. Si nos molesta que no nos agradezcan nuestros actos de bondad, es señal de que los realizamos por el deseo de recibir algo a cambio y no como acto de amor. En ese caso no se trata de servicio, sino de un negocio. Debemos agradecer el hecho de no recibir reconocimiento por nuestros obsequios o actos bondadosos, porque eso significa que los realizamos para Dios y Él lo ve todo, incluso lo que otros no ven, y Él nos premiará mejor que ningún mortal. No seáis como los hipócritas que dicen sus oraciones y dan limosna para que los demás los vean. Sirve en secreto y tu Padre Celestial te recompensará.

El servicio a los demás es una manera de participar en la Gracia de Dios. Cuando ayudamos a una persona que atraviesa dificultades, estamos aceptando parte de su karma. Servir al prójimo nos aporta dos gratificaciones. Por una parte, aliviamos el sufrimiento de los demás, y por otra, nos liberamos a nosotros mismos.

La clave para curar una relación es el perdón. Cuando más observo la forma de operar del perdón, más obvio se vuelve su poder: es superior a cualquier herramienta o arma conocidos. El perdón consiste en renunciar a la idea de que hay pecado, culpabilidad y maldad. Cuando perdonamos a otra persona, la liberamos a ella y a nosotros mismos. La rabia, la acrimonia y el resentimiento piden cuentas a aquél que se empeña en aferrarse a ellos. Cuando renunciamos a los prejuicios y a la acritud, nos quitamos de las espaldas y del corazón el gran peso del dolor. Si me doy cuenta de que estoy resentido, me deshago de ese sentimiento por mi propio bien. Dios no nos castigará en la otra por ello, porque ya nos castigamos nosotros mismos en ésta: la negatividad conduce a la pérdida de amor y vitalidad.

La armonía externa en las relaciones es la expresión de la armonía y la aceptación que albergamos dentro. Cuando le guardo rencor o siento hostilidad hacia otra persona, se refleja en mi relación con ella. Si deseamos infundir paz en una relación problemática, antes debemos encontrar la serenidad y una visión de buenas intenciones en nuestra propia conciencia.

Si queremos que otra persona o el mundo haga algo, primero debemos hacerlo nosotros. Si deseamos que la gente a nuestro alrededor deje de pelear, debemos ser pacíficos. Si queremos que nuestros hijos ordenen su dormitorio, debemos estar dispuestos a mantener el nuestro en orden. Las personas que deseamos cambiar se verán afectadas por lo que hacemos y se percatarán de que existe otro modo de abordar las cosas. Nuestros amigos en conflicto se sentirán inspirados por nuestra serena actitud, y los buenos sentimientos que experimentan en nuestra presencia les incitarán a ser también así. Y si no cambian, nuestro deber es ser pacíficos, por lo que en realidad no hay necesidad de plantearse qué hacer. Debemos vivir con lo que queremos ver.

Únicamente te ves a ti mismo, si queremos ver un mundo nuevo de una manera fresca y más hermosa, antes debemos cultivar el amor y la hermosura en nuestro interior. Aborrecer a alguien nunca le ha ayudado a nadie, lo único que puede traer paz son los pensamientos, sentimientos y acciones de paz. Pensar es crear. Si deseamos cambiar el mundo de verdad, necesitamos propagar otros pensamientos para que se manifiesten pensamientos del mundo tal y como nos gustaría que fuese. Tenemos que colmar nuestras mentes y corazones con ideas y sentimientos de armonía y celebración.

Si cuando abandone este loco mundo se me pide que dé parte de mi vida, sólo hay una pregunta que me preocupa contestar afirmativamente: ¿Amé? Si puedo hacerlo consideraré que he utilizado bien mi tiempo y cumplido con el propósito de mi vida.

El Amor es el ideal y el sueño de toda persona que vive, porque nuestras almas fueron concebidas en el amor y nuestro destino se expresa en él. Nos sentimos satisfechos cuando hay amor en nuestras vidas y vacíos cuando no la hay. Es la razón de estar vivos y la Idea que Dios tiene en Mente cuando salimos de la matriz celestial.

El amor es infinito y, como un manantial de montaña que gorgotea de una fuente infinita, colma nuestros corazones y manos cuando se abren para aceptarlo. El amor siempre está vivo en nuestros corazones, expresándose de manera que no siempre comprendemos. Desea ser compartido y crecer para bendecir a aquellos que desean su radiante Presencia.

El amor no está restringido a una edad, lugar, color o experiencia: vive igualmente en todos ellos. Es totalmente libre de restricciones. La persona mayor es tan sensible a él como el joven amante, porque siempre es nuevo. El corazón más duro se abre instantáneamente ante la magia de una palabra o un toque amoroso. Es más vital que la comida. Muchos santos y yoguis viven durante muchos años sin alimento o muy poco, y a pesar de ello, sus corazones están colmados y rebosantes de un amor que los mantiene nutridos. Podremos consumir los manjares más exquisitos, pero si no tenemos Amor estaremos muertos.

El amor y el dar son tan inseparables como la azucena y su fragancia. Es imposible amar sin dar, pues dar es la misma naturaleza del amor. Tampoco podemos dar verdaderamente sin amar. Cuando descubrimos el milagro del amor, no podemos dejar de dar; ni queremos. Para el amante es obvio que el amor aumenta cuanto más se entrega.

El Amor es la fuerza creativa del universo. Cuando amamos a otra persona vemos su plenitud, y cuando esa totalidad se enciende en nuestros pensamientos y se atiza con las buenas intenciones, ayuda a la persona a descubrir su propio conocimiento del legado divino que porta.

Si creemos haber sido heridos o desilusionados por el amor, se nos ha otorgado un obsequio y una bendición. Hemos recibido la gracia redentora de la desilusión, porque la ilusión es tirana y la Verdad redentora. El resultado de la desilusión es la Visión de la Verdad y ésta brilla con una Paz mucho mayor de la que el mundo puede brindarnos.

En nuestro sufrimiento podemos sentir la tentación de creer que se nos ha negado o exiliado del amor. No os descorazonéis: el amor no puede darle la espalda a nadie, al igual que el sol no puede negarle su luz a las copas de los árboles o el océano rehusar aceptar a los ríos. El amor es tan cierto como la Vida y tan constante como el latido del corazón de una madre para el bebé que descansa en su matriz.

Cuando pedimos algo, estamos pidiendo amor. Todas nuestras acciones son tentativas, más o menos hábiles, de sentir amor. La persona más malvada del mundo ansía sentir amor tanto como tú y yo, o tal vez más; lo que sucede es que lo hace de forma equivocada, sin demasiada destreza. Esa persona cree que el amor puede manipularse, cuando en realidad sólo puede ganarse. La manera más eficaz de erradicar estos actos negativos es abordarlos directamente con la entrega de amor. La razón detrás de las interrupciones y preguntas es la búsqueda de amor y, al darlo, satisfacemos a la persona.

La dinámica que se requiere para hacer funcionar cualquier relación es poner tu amor en ella. Creemos que nos duele cuando no recibimos amor, pero eso no es lo que nos hiere. Nuestro dolor viene cuando no damos amor. Nacimos para amar. Funcionamos más poderosamente cuando damos amor. El mundo nos ha llevado a creer que nuestro bienestar depende de que los demás nos amen. Pero esta clase de trastorno de pensamiento ha causado la mayoría de nuestros problemas. La verdad es que nuestro bienestar depende de nuestro dar amor. No tiene que ver con lo que regresa a nosotros, ¡sino con lo que sale de nosotros!

 

Alan Cohen

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