CUANDO FLORECE EL SER

 

 

Iba viajando con mis discípulos y llegamos a un bosque donde había cientos de leñadores cortando troncos porque se estaba construyendo un gran palacio.

 

Habían cortado casi todo el bosque, pero quedaba un árbol, un gran árbol con miles de ramas, tan grandes que su sombra podía cobijar a diez mil personas.

 

Pedí a mis discípulos que averiguaran por qué aquel árbol no se había cortado todavía, cuando el resto del bosque había sido talado y no quedaba nada.

 

Los discípulos fueron y preguntaron a los leñadores:

 

-¿Por qué no habéis cortado ese árbol?

 

-Este árbol es totalmente inútil -dijeron los leñadores. No se puede hacer nada con él porque las ramas tienen muchos nudos. No hay ni un tramo recto. No se pueden construir pilares con él ni se pueden fabricar muebles. Tampoco se puede quemar su madera, porque el humo es muy malo para los ojos, casi te puede dejar ciego. Este árbol es absolutamente inútil. Por eso no lo hemos cortado.

 

Los discípulos volvieron. Me reí y les dije:

 

-Sé como ese árbol. Si queréis sobrevivir en el mundo, sé como ese árbol, absolutamente inútiles. Entonces nadie os hará daño. Si sois rectos, os cortarán; alguien os convertirá en muebles. Si sois preciosos, alguien os venderá en el mercado; os convertiréis en un bien de consumo. Sé como este árbol, absolutamente inútiles. Entonces nadie os podrá hacer daño. Y creceréis grandes y fuertes, y podréis dar sombra a miles de personas.

 

Luego le dije a mis discípulos:

 

-Sé el último. Muévete en el mundo como si no fueras. Sé un desconocido. No trates de ser el primero, no compitas, no trates de probar tu valía. No hace falta. Sé inútil y disfruta. Si tratas de ser muy listo, si tratas de ser muy útil, serás utilizado. Si tratas de ser muy práctico, de un modo u otro te limitarás, porque el mundo no puede dejar en paz al hombre práctico. Abandona todas esas ideas. Si quieres ser un poema, un éxtasis, olvídate de la utilidad. Sé sincero contigo mismo.

 

Lao-Tsé

 

 

Necesitamos el descanso pero, cuando llega, lo llenamos muchas veces de actividad. Y es que nos cuesta «ser», simplemente. Pero si nos lo permitimos, nos daremos cuenta de que existe un vacío fértil para estar, para compartir, para imaginar, indispensable para la vida.

 

No hacer es tan importante como hacer. Cuando no hacemos, somos; cuando sólo estamos aplicados en producir empezamos a medirnos por lo que hacemos antes que por lo que somos.

 

Intentemos respirar sólo inspirando, sin espirar jamás. Es imposible. Tras inspirar hay que espirar. Imaginémonos ante nuestro plato favorito. ¿Podríamos comer sin medida y seguir disfrutando o, llegados a cierto punto, empezaríamos a sentirnos mal? Incluso el mejor corredor de maratones del mundo, ¿podría correr sin detenerse jamás? Y el más excelso violinista, ¿disfrutaría y lograría la excelencia si no se detuviese ni un solo momento? No, no se puede. Es necesario detenerse, reponerse, recobrar energía, inspiración, deseo, necesidad.

 

La vida y con ella todo lo vivido, se basa, en cierto modo, en el eterno movimiento del péndulo entre opuestos que se complementan. Los pares opuestos son innumerables: necesidad y satisfacción, sueño y vigilia, frío y calor, pregunta y respuesta, niñez y adultez, vida y muerte. Eliminar uno de los términos destruiría la ecuación y generaría un grave desequilibrio. Sin un polo, el otro no significa nada. En esta serie puede incluirse la polaridad existente entre actividad y descanso.

 

Lo que se llena necesita vaciarse. Sólo así hay espacio para lo nuevo, para explorar experiencias inéditas, para ampliar los horizontes. Existe lo que la antigua filosofía china llama «wu wei» o «vacío fértil», es el «hacer del no hacer». El término podría entenderse como «inacción» o «no actuar». Habla de un vacío muy rico y fecundo, el de la pasividad, la receptividad, el silencio y la contemplación. En el vacío fértil no hay nada que hacer salvo permitirse ser un simple testigo de lo que está alrededor, de lo existente, hasta fundirse con ello y reintegrarse en la naturaleza en todas sus dimensiones.

 

¿Qué nos impide dejarnos ir, fluir con el tiempo, no exprimirlo, no luchar contra él? Hemos caído en una trampa. No seremos valorados por lo que hacemos ni por lo que tenemos. Para tener, son necesarios recursos; y, para generar esos recursos, hay que hacer, hacer más, hacer mucho. Atrapados en esta vorágine, sentimos que cada minuto cuenta, que cada minuto debe ser un minuto productivo.

 

Pero si lo que cuenta es lo que hacemos, cuando dejamos de hacer, dejamos de existir. Si se nos valora por lo que hacemos, entonces, no somos. Y no tenemos salida: no nos queda tiempo ni espacio para la simple contemplación, para deslizarnos suavemente en el tiempo, para registrar nuestras sensaciones y nuestras emociones.

 

Hablamos de «ocio productivo» y lo consideramos valioso, en tanto que el puro ocio, sin producción, solamente es pereza. Ya no importa quiénes somos, a veces ni lo sabemos, no se nos valorará por eso. No obstante la máxima prueba de amor que un ser humano puede recibir es la de ser valorado, estimado, querido, apreciado por lo que es. Eso es permanente; en cambio, el hacer va y viene, depende de muchas circunstancias.

 

Hay dos tipos de vacío ante nosotros. Uno es el vacío existencial. Otro es el vacío fértil. El vacío existencial es aquel al cual nos asomamos cuando no podemos dar respuesta a una pregunta de la que nadie escapa: ¿Cuál es el sentido de mi vida? Esto es, ¿qué es aquello por lo que siento que vale la pena vivirla, aquello que me motiva a empezar cada día, aquello que hará que yo deje el mundo un poco mejor de cómo lo encontré al llegar? Esta es una pregunta que se halla en nuestra hoja de ruta desde que nacemos. Y puesto que no existen dos seres humanos iguales, hay una respuesta propia para cada uno.

 

Acaso no encontremos definitivamente la nuestra, pero si vivimos buscándola a través de nuestras acciones de cada día, seguramente eso mismo le dará sentido a nuestra vida. Habremos entendido que se trataba de algo más que, simplemente, pasarlo bien, escaparnos de los compromisos con la gente y con el mundo en el que vivimos, desentendernos de toda responsabilidad y acumular bienes y placeres inmediatos. Quien se evade de esta pregunta empieza a padecer de lo que se conoce como vacío o angustia existencial. Nada le basta y no es feliz. Independientemente de lo mucho que tenga o lo bien que le vaya, le habita la desazón.

 

Para escapar del vacío existencial, una salida muy frecuentada es la del hacer, hacer y hacer, no dejar de estar ocupado ni un segundo, carecer de tiempo para todo, especialmente para mirar en el interior, para cultivar vínculos que no sean de conveniencia. A mayor vacío, más necesidad de actividad, más urgencia por producir. Detenerse es arriesgado: es mirarse, escuchar las voces interiores, temer lo que ellas dicen.

 

Con tal de seguir activo, hay que forzar mente y cuerpo, no darles descanso, estimularlos de manera artificial, acallar los síntomas, llenarse de ruido y de movimiento. Del vacío existencial se suele huir por cualquier puerta, a cualquier precio; su presencia multiplica los movimientos de fuga. Cualquier cosa con tal de no pensar, de no sentir, de no afrontar la pregunta insistente acerca de cómo y para qué vivir.

 

Para afrontar el vacío existencial, muchas veces se apela a la adrenalina, hormona segregada por las glándulas suprarrenales que el organismo produce en situaciones de estrés. Cuando se vive en continuo estado de tensión, hay una permanente producción de adrenalina a fin de responder a esa demanda.

 

El vacío existencial suele producir una especie de adicción a la adrenalina: la necesidad de estar siempre en acción, excitados, en una búsqueda insaciable de algo, no importa qué, que cuando se alcanza sólo se convierte en un nuevo deseo. Hay personas que lo consideran un mérito, pero olvidan que el organismo necesita descanso y que la constante producción de adrenalina tiene sus consecuencias: infartos, accidentes cerebrovasculares, úlceras, fatiga crónica, estados de ansiedad e insomnio.

 

La situación cambia con el vacío fértil. Este es el que se produce cuando nos damos verdadera descanso, cuando dejamos de hacer y permitimos que descanse la mente, el músculo, nuestro ser entero; cuando permitimos el silencio.

 

El vacío fértil está vacío de actividad; vacío del hacer compulsivo, de la necesidad de producir. Como en los dos tiempos de la respiración o del funcionamiento del corazón, el hacer y el no hacer se necesitan. La actividad y el descanso solamente significan algo cuando coexisten y se dan espacio y valor entre sí. También el vacío fértil se vincula a las endorfinas.

 

Todo aquello que nos resulta placentero estimula la producción de endorfinas. Estas, a su vez, espolean la sensación de relajación, de armonía. No producimos endorfinas para estar bien sino que las originamos porque estamos bien. Por ello las llaman «hormonas de la felicidad». Y, como la felicidad, no son el resultado de una búsqueda obsesiva sino la consecuencia de una manera de estar en el mundo, de actuar en él, de relacionarnos, de vivir.

 

Cuando damos lugar al vacío fértil, al descanso, aparece la posibilidad de lecturas compartidas, de caminatas que no se proponen llegar a un lugar ni hacerlo tampoco en un tiempo determinado.

 

Entre el «hacer humano» y el «ser humano» no siempre hay sintonía. Por eso son necesarios los momentos de descanso. Estos pueden ser, según como los vivamos, un tiempo de desafinar aún más los propios instrumentos existenciales o, por el contrario, el momento de armonizarlos.

 

Para estar presente en esta hora, para vivirla con el corazón y con los sentidos, para hacer de ella un tiempo fecundo, es necesario detenerse, sentirse, permitirse ser lo que somos, sin necesidad de producir algo para ser tenido en cuenta.

 

¿Por qué deberíamos sentirnos nosotros obligados a no detenernos nunca, a seguir haciendo sin parar, a no permitirnos contemplar lo hecho, a sentir el suave deslizamiento de las horas en las que, simplemente, nos dedicamos a ser? Es al descansar del hacer cuando florece el ser.

 

Sergio Sinay

 

 

No te preocupes demasiado por los fines utilitarios. Más bien, recuerda constantemente que no estás aquí, en la vida, para ser un objeto. No estás aquí para tener utilidad; eso está por debajo de tu dignidad. No estás aquí para ser cada vez más eficiente, sino para estar cada vez más vivo; estás aquí para ser cada vez más inteligente; estás aquí para ser cada vez más feliz, extáticamente feliz. La vida es para disfrutar y celebrar, la vida no es un bien de consumo en el mercado; debería ser como la poesía, como una canción, como una danza.

 

Osho

 

 

De vez en cuando sal, date un pequeño respiro, porque cuando regreses a tu trabajo tu juicio será más firme. Permanecer constantemente en el trabajo te hará perder capacidad de raciocinio. Distánciate un poco, pues entonces el trabajo aparece más pequeño y abarcas más de un vistazo, y toda falta de armonía o proporción se aprecia enseguida.

 

Leonardo Da Vinci

 

 

Cuando aprendemos a obrar según nuestra propia naturaleza interna y según las leyes que nos rodean, alcanzamos el nivel de Wu Wei. Entonces obramos conforme al orden natural de las cosas y operamos bajo el principio del esfuerzo mínimo. Puesto que el mundo natural sigue este principio, éste es infalible. Los errores los hace o los imagina el hombre, esa criatura de cerebro sobrecargado que, interfiriendo o afanándose exageradamente, se separa a sí mismo de la red de apoyo de las leyes naturales. Podemos aprender mucho de la filosofía simple, abierta, desembarazada de Winnie Pooh ya que mientras que Eyeore se agita, el Cochinito titubea y la Lechuza pontifica, Pooh no se afana exageradamente, vive el presente. Simplemente es.

 

Benjamin Hoff

 

 

¿Puede repetirse la alegría que ayer sentimos? El deseo de repetición surge de la insatisfacción en el momento presente; si el hoy que nos toca vivir está vacío, tendemos a mirar hacia el pasado o el futuro.

 

Jiddu Krishnamurti

 

 

Cuando meditamos sobre la filosofía de vida del pueblo moro comprobamos cuán equivocado está el hombre occidental. Hasta hace pocos años, nos habían enseñado a diferenciar pueblos atrasados de los civilizados, de acuerdo a una comparación arbitraria y etnocentrista, con las normas y costumbres que rigen en las sociedades cristianas de occidente. Contrariamente al individuo occidental, siempre avasallado por la técnica y estresado por una sociedad, cada día, más exigente y desnaturalizada, el moro conserva una actitud contemplativa, disfruta de la naturaleza y por seguro que encontrará algo bello en los más pequeños detalles. Para el moro, sentarse alrededor de una mesa y en su mano un vaso de té, aromatizado con la fina hoja de la yerbabuena, absorbiendo pausadamente la delicada infusión, en silencio, sin ni siquiera tener que intercambiar palabras con alguien, será un motivo de felicidad y sosiego.

 

Abraham Botbol «Huellas de un peregrino»

 

 

El no hacer nada es algo que todavía no has intentado. Debes dejar de actuar y comenzar a no hacer nada en absoluto. Eso es, no hacer nada y no decir nada, no dar explicaciones, no defenderte, no poner las cosas en orden, no protestar, no pedir perdón, no amenazar, no preocuparte, no pasarte noches en vela pensando, planeando y calculando.

 

Marcia Grad

 

 

La fluidez del agua no es el resultado de un esfuerzo por parte del agua.

 

Chuang Tzu

 

 

Así estuvieron terminados el cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos. El Séptimo día Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó en ese día de todo lo que había hecho. Bendijo Dios el Séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus trabajos después de toda esta creación que había hecho.

 

Libro del Génesis

 

 

Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación.

 

Blaise Pascal

 

 

Acostumbrados a huir de la angustia de sentirnos vacíos, corremos hacia lo mismo que tememos, llenándonos de cosas que no nos satisfacen y ocupando todos los silencios con palabras, aunque no tengan ningún significado, espantando la quietud con movimiento. No soportamos la idea de no hacer nada, con esa incómoda sensación de insatisfacción, sin darnos cuenta de que es por ese camino como podremos sanarnos. Incluso en la búsqueda de velocidad y resultados positivos, la mejor estrategia es la de comprometerse con lo que se está haciendo y centrarse en ello, aunque eso en un primer momento ralentice nuestra marcha. La vida siempre acaba confirmándonos que, al final, terminamos haciendo más cosas cuando menos prisa tenemos al hacerlas y cuando menos permitimos que nos distraiga el acoso de lo que tiene que hacerse después. A fin de conquistar una mejor calidad de vida, es básico concederse y valorar tiempos de «no hacer», para desconectar de lo que nos rodea. Se trata, en definitiva, de hacer las cosas a su tiempo y al ritmo que nuestras propia persona nos imponga, ese que nos permitirá dar lo mejor de nosotros mismos.

 

Jorge Bucay

 

 

Un arquero caminaba por los alrededores de un monasterio hindú conocido por la dureza de sus enseñanzas cuando vio a los monjes en el jardín, bebiendo y divirtiéndose.

-Qué cínicos son aquellos que buscan el camino de Dios -dijo el arquero en voz alta-. Dicen que la disciplina es importante, ¡y se embriagan a escondidas!

-Si disparas cien flechas seguidas, ¿qué le pasaría a tu arco? -preguntó el más viejo de los monjes.

-Mi arco se rompería -respondió el arquero.

-Si alguien va más allá de sus propios límites, también rompe su voluntad -dijo el monje-. El que no equilibra trabajo con descanso, pierde el entusiasmo, y no llega muy lejos.

 

Paulo Coelho

 

 

Los seres humanos podrían ser verdaderamente tales si se dejaran ir como florecen las olas del mar, como florecen los árboles. Pero se dejan cegar por sus sentidos y sus deseos. Quieren todo el tiempo voluptuosidad, alegría, fama, riquezas; sus movimientos toman la violencia de la tempestad desencadenada, su ritmo es un ascenso furioso seguido de una precipitada caída.

 

Henri Borel

 

 

El silencio no es la ausencia de sonido sino un deslizamiento de la atención hacia los sonidos que le hablan al alma. El silencio es una forma positiva de escuchar que nos impulsa a apagar el interruptor que comúnmente sintoniza la vida activa, y a encender el que amplifica los movimientos del alma. La naturaleza puede ser muy sonora si nos sentamos serenamente en una roca frente al océano.

 

Thomas Moore

 

 

El descanso no es ni puede ser, por definición, productivo. Quien siente la necesidad de producir en ese tiempo de ocio no es libre. El ocio y el descanso son condiciones de la libertad. Cuando el hombre cesa de producir, se ve ante aquello que lo hace humano: las cuestiones morales. Y debe definirse y comprometerse frente a ellas.

 

Aristóteles

 

 

Una hora en este mundo es mejor que toda la eternidad en el mundo por venir.

 

Libro del Talmud

 

 

Quien teme al aburrimiento es porque no encuentra nada dentro de sí que valga la pena, y esto lo impulsa a hacer de su tiempo libre un tiempo lleno de obligaciones.

Michael Simperl

 

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