SE HA IDO EN BUSCA DE LA LUZ

 

Terminábamos el rodaje de la película en los estudios de «Goldwyn» en Hollywood. Estábamos sentados en la parte de atrás de un automóvil simulado, esperando que acabaran de disponer la iluminación.

-Este plató me pone la piel de gallina -dice Peter.

-¿Por qué? -le contesté.

-Porque en este plató he estado muerto.

Procuré reprimir la emoción. Recordaba haber leído en los periódicos el tremendo encontronazo que había tenido con la muerte.

-Rex Kennamer me salvó la vida -dijo-. Y yo le vi hacerlo.

-¿En serio? ¿Cómo?

Como el que relata algo que le ha ocurrido a otra persona, dijo:

-Pues, sentí que me salí de mi cuerpo. Flotaba fuera de mi forma física. Y vi que se llevaban mi cuerpo al hospital. Yo me fui con él. Sentía curiosidad. No sabía lo que me pasaba. No tenía miedo ni nada parecido, porque yo estaba perfectamente; era mi cuerpo el que tenía problemas. Vi venir al doctor Kennamer. Me tomó el pulso y comprendí que estaba muerto. Él y un par de personas más empezaron a darme masaje en el tórax. Vi que Rex le gritaba a uno que no había tenido tiempo de prepararme para operar y ordenó a alguien que me abriera allí mismo. Rex me sacó el corazón del cuerpo y estuvo frotándolo como un loco. Yo le observaba con curiosidad. Se resistía a admitir que yo hubiera muerto. Entonces me volví y descubrí encima de mí una luz blanca, brillante, preciosa. Yo quería ir hacia ella. Nunca había deseado algo con tanta fuerza. Yo sabía que, al otro lado de aquella luz que tanto me atraía, había amor, de verdad. Era dulce y amorosa y recuerdo que pensé: «Es Dios». Traté de elevarme mientras Rex seguía dándome masaje en el corazón. Pero yo no conseguía moverme. Entonces vi que de la luz salía una mano. Yo quería agarrarme a ella, para que pudiera tirar de mí. Entonces oí que Rex decía abajo: «Está latiendo otra vez. Ya lo tengo.» En aquel momento, una voz que estaba unida a aquella mano que tanto deseaba yo tocar dijo: «Aún no es tiempo. Regresa y termina. No es tiempo.» La mano desapareció y yo me sentí flotar hacia mi cuerpo. Estaba amargamente desilusionado. Y no recuerdo nada más hasta que recobré el conocimiento, otra vez dentro de mi cuerpo.

Peter me miró fijamente, de aquel modo particular que tenía para indagar si debía continuar.

-¿No piensas que estoy loco?

-Claro que no. Son muchas las personas que cuentan lo mismo. No van a estar todas locas. Yo creo que lo que importa es averiguar por qué vuelve uno.

-Sí, pero todo esto, el plató, la cámara, las luces, este coche, me recuerda que aún no he descubierto eso que acabas de decir. ¡No sé por qué estoy aquí! ¿No sé por qué tenía que volver esta vez! Por eso actúo como actúo. No sé. No veo el objeto. ¿Qué se supone que tengo que hacer? Ya sé que soy un suplicio para mucha gente. Ya sé que me toman por loco. Pero si estoy loco es por las cosas que cuentan de verdad. No creo que a ellos les ocurra lo mismo.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. Se enjugó las lágrimas con la manga de su inmaculado traje.

-Sé que he vivido otras veces. Me lo confirmó esa experiencia, porque en esta vida supe lo que era para mi alma el estar realmente fuera del cuerpo, pero desde que he vuelto, no sé para qué, no dejo de preguntarme qué es lo que tengo que hacer ni por qué he de volver.

Un año y medio después, yo estaba con unos amigos en mi apartamento de Malibú. Acababa de regresar de viaje y no sabia que Peter había sufrido mucho.

Conversábamos animadamente cuando, de pronto, me levanté de un brinco.

-¡Algo le ha ocurrido a Peter! -dije.

Nada más decirlo, sentí su presencia. Me parecía que él estaba allí, en la sala, mirándome.

Me sentí ridícula. Naturalmente cesó la conversación. Entonces sonó el teléfono. Yo contesté disimulando la voz. Era un periodista.

-¿Podría hablar con Miss Maclaine? -preguntó-. Bueno, en realidad me gustaría conocer su reacción.

-¿A qué?

-Oh, ¿no se ha enterado? Lo siento, pero su amigo Peter Sellers acaba de morir.

Me volví de cara a la sala. Sentía que Peter me miraba. Deseaba decir al periodista que estaba equivocado. De buena gana le hubiera dicho: «Sí; ustedes piensan que ha muerto; pero sólo ha dejado su último cuerpo».

Quería decir: «Oiga, la mejor interpretación de su vida la hizo en nuestra película, representando a uno de los seres más dulces y buenos que puedan existir. Ya no quedaba más por hacer y seguramente no encontró razón para quedarse y se ha ido en busca de la luz. Además, añoraba realmente a su madre.»

Naturalmente, no lo dije. Aunque a Peter le habría encantado. Dije sólo:

-Shirley no está, pero le daré el recado.

Colgué el teléfono.

-¿Qué ocurre? -me preguntaron mis amigos.

Yo sentía sonreír a Peter.

-Nada. Un periodista quería decirme que Peter Sellers ha muerto.

Shirley Maclaine

 

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