La mayoría de
los seres humanos de este mundo están acostumbrados a ver lo que siempre
está a simple vista pero nunca ven mas allá de ese sitio. Cuando somos
niños, no tenemos este problema ya que vemos lo que esta ahí, no
sentimos pena ni miedo ni alguna otra razón que no nos permita ver lo que en
verdad está ante nuestros ojos.
No sé si lo han notado, los niños tienen el
poder de saber quien es el bueno o el malo, si ves bien de cerca la risa de un
niño, notarás cómo te llena de una gran energía positiva que recorre todo
tu cuerpo y se mete por tus venas y te llena de más vida, los niños nos enseñan
a transformar los sentimientos malos en buenos.
Un
sentimiento bonito siempre ocupa el lugar de uno feo, nos enseñan a vivir con
felicidad, todas las personas saben que sin este diamante no se puede vivir,
los adultos nos preocupamos por todo, por la más mínima cosa y perdemos el
tiempo en ello, en cambio los niños no, ellos viven el momento, el presente.
Si
vivimos en el pasado perderemos el tiempo, si vivimos en el pasado,
arrugaremos antes de tiempo.
Mientras
tengas vida, no sólo hagas lo mejor para que tu vida mejore, igualmente para
que las de los que están a tu lado también, mientras lo hagas de esa manera,
irás por el camino correcto.
Un mal
camino será fácil, muy fácil, pero lo malo de esto es que será corto y con un
final horrible, en cambio de ser un buen camino seguro encontrarás felicidad,
amor, diversión y sobre todo mucho trabajo, pero tranquilo que esto no
significa una vida tortuosa. Recuerda que toda lucha y esfuerzo bien ganado
será recompensado en grande.
¿Y cómo
saber si estoy haciendo lo correcto? Muy fácil, deja que tu mente sea tu
bote, que tu cuerpo sea la madera que cubre ese bote, y por último, lo más
importante, que tu
corazón sea tu motor.
Primero encuéntrale sentido a tu vida, y sólo después de eso vive.
Si la vida
no fuera difícil, no sería divertida.
Deja
de ser un observador, no has venido a este mundo para eso, debes intervenir, por
algo has tenido la dicha de venir a este mundo, ya eres exitoso. Y no me
preguntes por qué. Tu lo sabes, ya estas aquí.
Fortunato Benzadon
Soy un niño con un
nombre que me sustenta: llámame por mi nombre.
Acéptame como soy: no me
compares. Yo soy como tú un individuo único con únicas maneras de percibir,
interpretar y expresarse.
Aprender es agradable. No
lo eches a perder con castigos, tareas y amenazas.
Permíteme expresarme
libremente: no termines mi frase, ni culmines mis trazos, ni rellenes mis
dibujos.
Intercambia conmigo
opiniones. Así me ayudas a aceptar las críticas ajenas.
Mírame a los ojos cuando
me hables. De ser posible, colócate a la altura de mi vista. A veces me duele
el cuello de mirar hacia arriba.
El silencio me abruma.
Permíteme hablar, yo sé hablar. Permíteme reír, yo sé reir. Permíteme
llorar, yo sé llorar.
Te digo algo: me
interesan sólo mis intereses. Lo demás no puede entrar en mi pensamiento.
Lo cotidiano es importante
para mí. De allí extraigo las comparaciones y los contrastes para entender
el mundo.
Sé discreto con mis
asuntos: mis piojos, mi zurdera, mi tartamudez o mis rabietas no van a
desaparecer por el hecho de que tú las pregones.
Déjame tomar decisiones.
Sugiéreme y plantéame alternativas pero enséñame a ser independiente: a
prescindir de ti.
Estimúlame para mantener
despiertos mis sentidos. Con ellos puedo hacer y rehacer el universo.
Necesito tu confianza y
comprensión para aceptar que «no sé» o que «no puedo». Así podré ganar
en seguridad, confianza y comprensión.
Si me gritas, me siento
como un pájaro desplumado. Si yo grito y me hablas en voz baja, entenderé
mejor que no debo hacerlo.
Valora mis esfuerzos más
que los resultados de mis actos. Así tendré ánimo para seguir adelante y
ese será nuestro triunfo.
Ten conciencia de tus
sentimientos para que puedas entender y respetar los míos.
Si asumes que yo soy un
individuo en proceso de transformación, y tú también, podremos ser
solidarios en la creación.
Necesito límites y está
bien que ejerzas el control pero hazlo con firmeza, congruencia, perseverancia
y cariño.
No me culpes: mis errores
no son mis fracasos ni los tuyos; son nuestro aprendizaje responsable.
No me margines ante mis
tropiezos; sería como abandonarme a inicio de camino.
No hagas de mí un
conforme o perderás activos para el futuro.
No temas decepcionarme al
admitir que te equivocas. Piensa más bien en que me muestras una realidad que
necesito.
No me pidas que me quede
«quieto» por mucho rato. Tengo muchos barcos, trenes, aviones, caballos y
mariposas por dentro.
No me ridiculices: podría
convertirme en un caracol que nunca saldrá de su caparazón.
No me tiranices. Terminaré
temiéndote pero no respetándote.
No te hagas el mártir o
tendré lástima de ti.
No me sermonees
continuamente pues a la larga quedaré sordo.
No me acorrales a
preguntas porque me estarás alejando o me entrenarás para mentir.
No me resuelvas las cosas
porque me harás un desvalido.
No supongas lo que me
pasa: indágalo. Así nos ayudaremos.
No te asustes ante mis
asombros. ¡ Compártelos !
Ponte en mi lugar: el
mundo guarda mil incógnitas para mí.
Un dato para sobrevivir
el mañana: enséñame a cooperar antes que a competir.
Enséñame a defenderme
sin venganza, sin retaliación o perderemos todos.
Enséñame también cómo
aprender pero quiero aprender explorando, haciendo, viviendo.
Demuéstrame con tu
actitud que los problemas, los riesgos, los cambios y las incertidumbres también
son parte de la felicidad.
Ten presente siempre que
afecto, juego y fantasía son los nutrientes que me hacen falta para crecer
por dentro.
Si me enseñas que mis
acciones tienen consecuencias transformadoras podré vivir en paz, en libertad
y en esperanza.
Anímame a inventar la mañana
sin olvidar el justo valor de la noche.